miércoles, 23 de abril de 2014

Sobre Anji, Tian Quan Shan, Xiwuli y mi lugar en China

 Viajar a ciertos lugares a veces es comparable a cuando guardábamos esos caramelos de colores que nos gustan más de las miradas de nuestros compañeros en la escuela. Los escondíamos entre los dedos y los apretábamos para que nadie los pudiera descubrir o arrancar de nuestras manos. Algunos lugares se vuelven tan mágicos, tan únicos que no queremos que nadie los encuentre.

Pero aprendí de muy chica que compartir lo que nos gusta tanto a veces nos puede dibujar una sonrisa. Hoy quiero compartir con ustedes el que yo creo que, hasta ahora, es mi lugar favorito de China: la zona montañosa de Zhejian, al sur de Shanghai.

China no deja de sorprenderme. Sí, ir a la Muralla China, Visitar el Mausoleo de Mao, ver la Torre más alta de Shanghai… son ítems a chequear en una lista de quehaceres, pero en todos estos lugares nos toparemos con lo museístico, aquello que está preparado para el turista. . Amo lo íntegro, lo único, lo que no se ha tocado. Sea la naturaleza, la gente, la comida, la religión… me gusta vivir algo único. Aquí en China es algo que no es sencillo encontrar, puesto que las atracciones más populares a veces se asemejan a parques de diversiones. Algunos parques naturales se han literalmente transformado en parques temáticos con zonas recreativas, restaurantes y decenas de baños por doquier. Todavía encuentro algo extraño que las montañas más populares tengan escaleras para subir hasta la cima. Le quita el glamour al “¡Llegué!” que se nos escapa cuando, con la lengua afuera y la ropa húmeda, pisamos el lugar más alto.

Por eso, cuando al atravesar distintos bosques de bambú en la zona de Anji安吉y Moganshan 莫干山 veíamos carteles que anunciaban que la zona zona “va a ser protagonista de un boom turístico”, entendí que era mi deber compartir mi experiencia con aquellos que realmente quieran disfrutar de una historia auténtica antes de que pierda esa magia.
Si tienen ganas de ver algo así...

O conocer a algunas de estas personas... a seguir mis pasos que se quedarán maravillados. (Foto: Zora Bombach)

De Anji a Moganshanzhen... ese era nuestro plan inicial. Nos quedamos por la zona, pero las cosas cambiaron un poco.

De Yangzhou/Shanghai a Anji

Para llegar a la ciudad de Anji hay que ir a Hangzhou 莫干山 primero. Como sabía que iba a tener que hacer algunas combinaciones de transporte, decidí salir bien temprano. Mi cerebro no se levanta conmigo a las 5 am, quizás por eso haya tenido que volver a casa dos veces: una por el pasaporte y otra por mi celular, que dejé arriba de la mesa la primera vez que volví. En China jamás hay que olvidarse el pasaporte.

De Yanghou a Hangzhou hay dos horas de viaje, tres si hay demoras por tráfico. Si este es el caso, una siesta nunca nos quitará energías. Eso sí, si tu acompañante no habla por teléfono durante las tres horas, el de adelante te quitó el poco espacio que tenías para estirar un poquito las piernas y el de atrás deja de comer pollo con la boca abierta (sí, a las 6 am).

Cuando se llega a Hangzhou hay que ir hasta la estación norte, y de allí salen colectivos cada 15 minutos a la ciudad de Anji. El boleto cuesta 27 rmb.

Cuando llegué a la tarminal me tomé un taxi y no dudé ni dos segundos en preguntar el precio hasta el bosque de Anji (Anji Zhuxiang 请送我到) ¡Hay que regatear! El viaje no debería salir más de 70 rmb. 30 minutos después estaba en mi primer destino, el bosque donde se filmó la película Crouching Tiger, Hidden Dragon: hectáreas y hectáreas de verdes y amarillos.
Jugar y sentirme una niña
Miles y miles de bambú. Es la reserva más grande de China
Hay un parque nacional al que se puede acceder con una entrada de 80 rmb, pero si uno camina rodeando las colinas del parque se puede entrar fácilmente por la puerta de atrás. Allí podrán encontrar y contemplar un paisaje que obviamente excede los límites de MIS palabras.

Y si se cansan de ver bambú, abrazarlos, sacarse fotos locas jugando con los troncos, absorbiendo la magia que exuda la tranquilidad del bosque… también hay un tobogán para bajar que cuesta unos 40 rmb y una sección de juegos al mejor estilo escuela militar de los 80s. Después de todo, es un “parque” y como tal debe tener atracciones.

A pesar del perfil turista que está adquiriendo este bosque, esta reserva está ahí para ser admirada. Guarda secretos milenarios, provee a la gente de raíces de bambú que se juntan para después hacer bambú con salsa picante. Sé que la junta de árboles espera silenciosamente a que alguien salga a decir que lo de “boom turístico” lo están reconsiderando.

Si bien visitar el parque es algo que se suele hacer en un día, recomiendo obligatoriamente quedarse una noche. No hace falta reservar un hotel (a menos que sea época de festividades), porque a los pies del parque hay varias casas de familia que se han vuelto hospedajes. Ellos estarán deseosos de alojar a extranjeros.

Esa noche, en la posada de Ying Li, la administradora que ayudaba a sus hijos a hacer los deberes, mientras me hacía el check-in, ordenaba el almuerzo para una pareja y preparaba agua caliente para el té, decidimos hacer un drástico cambio de planes. Es decir, todos nos habíamos dado cuenta de algo ¿Por qué ir en transporte a nuestro siguiente destino si quedaba a tan solo 7 km? Podíamos caminar.

En cualquier otro momento hubiera pensado que caminar por la extensa campiña china, sabiendo que no hay buena conexión teléfonica, que nadie habla inglés ni intenta entender, que no sabíamos bien a dónde íbamos, y que nadie había caminado mucho en área de montaña en mucho tiempo, era como meter los dedos en el enchufe ese que nadie sabe por qué está cerca de la bañera cuando uno se está duchando. Simplemente no hay que hacerlo.

Pero ahí empieza a actuar el hechizo de este lugar o la estupidez humana (que aprecié mucho en su momento). Las fotos que nos habían quedado en la retina nos tenían tan sedados de placer que queríamos más. Queríamos seguir caminando entre bambús.

La posada donde nos quedamos se llama Dazhuhai hushing renjia (con eso basta para subirse a un taxi y que te dejen en la puerta) o en caracteres: 大竹海沪上人家 . Además de llamar al cocinero de la mañana para pedirle que nos haga baozi (pan relleno de verduras) porque lo habíamos pedido, Ying Li nos pidió un taxi que nos cobró 100 rmb para dejarnos más cerca de Xiwuli. Para ella todo fue un “sí, pueden” y “no se preocupen, están en Zhejiang”. Las habitaciones son más que cómodas por su valor: 248 rmb por tres habitaciones con dos camas twin. Dato extra
En China y en el medio de las montañas, lo que hay que hacer es salir a la noche y sentarse en algún rincón oscuro. Ver las estrellas se convierte en un privilegio que no muchos tienen.

A Howoo Life Resort en Xiwuli

Después de un muy chino desayuno con mantou (pan al vapor), baozi, pickles, congee y té verde por 10 rmb, el taxi que habíamos pedido nos pasó a buscar. Al vernos subir a la van con el google maps en la mano, el taxista hizo lo que cualquier otro chino hubiera hecho: prendió el GPS.  Mi amiga Zora le explicó que íbamos al pequeño pueblo de Tongfeng, hasta la intersección con el pueblo de Chiyicun, al sureste del pueblo. Cuando llegamos, unos 30 minutos después, juro que la expresión del taxista indicaba una sola cosa: miedo. El hombre, de unos 60 años, como el resto de la población en esos pueblos, tenía más miedo de dejarnos ir que nosotros de caminar sin saber a dónde ir. La intersección de calles no era más que un pequeño cruce de caminos tierra atravesado por un arroyo.

Y empezamos a caminar ¿A dónde? No teníamos la menor idea.

Dirán, pero qué irresponsabilidad. Arruinar un viaje por no saber a dónde ir. Yo hubiera pensado así, pero quizás esa sea la magia de acostumbrarse a no entender exactamente dónde uno está ni estar seguro de no saber si está yendo bien cuando se piden direcciones. La ansiedad nos deja y disfrutamos del paisaje (bienvenidos a China).

Comenzamos a caminar hacia el sudeste, como indicaba Google maps. Seguimos caminos de asfalto y construcciones, preguntamos a los trabajadores que encontrábamos, a los campesinos que llevaban raíces de bambú, a los que estaban talando árboles. Encontramos pequeños bosques y nos sumergimos en ellos para tomar atajos… y un rato después llegamos a Da Zaowucun. Sólo un rato más tarde y ya con algo de hambre, llegamos a Yaowucun o Waitaowu (en realidad eso lo sé ahora, cuando estábamos ahí estas pequeñas aglomeraciones de casas, carritos con golosinas, escuelas tradicionales y muchas banderas de China eran solo… ¡Mirá que lindo pueblito!).
Después de recolectar té y raíces, estas mujeres se detienen a descansar.

Procesadora de raíces de bambú: no sé quién estaba más contento por el encuentro, ellos o nosotros.

A pesar de que estos pueblitos no existan en el mapa mental de muchos Chinos, puedo asegurar que lo que hay allí es imperdible. Después de pasar días en ciudades donde la gente quiere parecerse un poco más a los extranjeros, caminan ligero sin mirar a quién tienen al lado y se convierten en una arteria más de una comunidad un tanto individualista, ver cómo es la vida en estos lugares es placentero. Los trabajadores de la procesadora de raíces de bambú nos invitaron a entrar al lugar y nos explicaron cómo trabajaban. Tanto mujeres como hombres sonreían las vernos pasar y posaban para las fotos. Después de haber recogido docenas de raíces de bambú se podía ver a las mujeres que cargaban las bolsas al mismo tiempo que reían de algo que ellas mismas comentaban. Y el dueño del pequeño mercado no dudó en hacer una pausa mientras fumaba su cigarrillo para rascar la panza de su pequeño perro negro. Todo esto nos obligó a frenar el paso, sonreír más, agradecer y seguir camino.
Miles y más miles.
A pesar de que estábamos disfrutando de nuestra aventura, Sofi citadina no me abandona nunca. Justo cuando estaba enterrada en el barro, disfrutando del esfuerzo físico y sintiéndome la Jane de Tarzán, me rehusé a seguir. Casi me abrazo a un bambú para que no me obligaran a caminar cuando nos perdimos en un bosque bastante oscuro (¿Quién tiene miedo, yo?). Pero me convencieron de seguir. Siempre que nos habíamos perdido en algún pueblo terminamos. Para la suerte de los cuatro alemanes, uno o dos kilómetros después llegamos a Xiwuli, donde estaba nuestro hospedaje.

El hostel, Howoo Life, se puede encontrar en hostelworld.com. Cuesta 140 rmb la noche en un dorm compartido, pero las instalaciones son cómodas, hay agua caliente y sirven papas fritas en el restaurant. Qué más se puede pedir en el medio de las montañas (calefacción, pero bueno, todo no se puede).

Habíamos llegado.


Tian Quan Shan

Sigo sosteniendo una pequeña teoría acerca de viajar: a veces es bueno saber a dónde se va, y a veces es mucho mejor no saber a dónde se va.

Como habíamos cambiado de planes, no sabíamos muy bien que hacer cuando llegamos al hostel. Era apenas el mediodía, pero Mogan Shan (a donde íbamos en un principio) estaba muy lejos. Lo mejor era seguir caminando ¿a dónde?

Cuando nos internamos en la colina detrás del hostel (o resort) nos dimos cuenta que era algo empinada y se me ocurrió sacar el mapa que me habían dado en recepción. Aquello no era un simple bosque de bambú, sino que era una pequeña montaña llamada Tian Quan Shan, que tenía casi la misma altura que Mogan Shan, pero sin todo el glamour de un resort para extranjeros durante el S XIX.
Senderos para subir Tian Quan Shan: como en los cuentos.
Tian Quan, como yo la recuerdo, es una pequeña montaña que NO APARECE en los mapas de google. Si no fuera porque en China no se estudia Geografía y los mapas muchas veces carecen de información vital, diría que fue como encontrar un pasadizo secreto o una puerta al más allá. Cuando esto ocurre en los libros de ficción uno sabe que tiene que prepararse para algo sin igual.

No me equivoqué. Tian Quan me regaló algo que voy a llevar conmigo siempre: mi lugarcito de China. Verán, he visitado ciudades importantes de China, he subido a la muralla, entré a la ciudad prohibida, a montasterios, a residencias imperiales… pero nada me había preparado para lo que viví esa tarde.
Pequeños regalos de la montaña (Foto de Zora Bombach)
No sé realmente si existen las vidas pasadas, pero si existieran yo estoy segura que fui alguien que nació en las montañas, quizás hasta fui parte de alguna de ellas. Simplemente soy yo cuando llego a la cima. No hay preguntas, no hay dudas, no hay peros, no hay pasado ni hay futuro. Somos una… y estamos bien.
Somos una y estamos bien.
Para llegar a tan monumental pequeño lugar hay un sendero,  pero recomiendo adentrarse en los bosques. Es menos cómodo y me ensucié mucho, pero llegamos en menos tiempo y estoy segura que el bosque alberga muchas pequeñeces bellas para mirar.

A medio camino hay una plantación de té y, si la dueña está en casa, se puede probar una taza de té y galletitas por unos 20 rmb. Puede parecer costoso, pero el té es algo especial. Basta con ver a las docenas de mujeres recogiendo las hojas de té (que aparentemente quitan el hambre) a la vez que sonríen y escapan a las fotos indiscretas, para darse cuenta que a veces las cosas no tienen valor.

Esa noche, luego de tomar el sendero para volver (ya las piernas no nos respondían), nos deleitamos con platos autóctonos de la zona y una cerveza Mogan Shan mientras jugábamos al UNO tratando de no pelearnos.

La Vuelta

Al día siguiente se nos dijo que ir a Mogan Shan, nuestro destino final, no era lo más conveniente para terminar nuestro viaje. Habíamos ido a la zona en feriado nacional, y como todo feriado nacional, esto era motivo de éxodo masivo. Para que se imaginen: embotellamiento de autos para llegar, bocinazos de los menos melódicos, no poder moverse porque si lo hacés le tocás la cabeza a una persona que tenés al lado, colas para subir a la montaña (Sí, como lo leyeron), gente de mal humor. Estábamos cansados y se nos podía ver estirando las pantorrillas en cada zócalo que veíamos, así que salimos a caminar y recorrer Xiwuli y a la tarde emprendimos la vuelta a casa.

La idea era tomar un colectivo desde Xiwuli a Deqing y de allí tomar un tren a Hangzhou. El colectivo no era más que una pequeña van que paraba en todos los pueblitos recogiendo gente que iba a trabajar o a estudiar a Deqing o Hangzhou. Gente, animales, valijas y cajas de diferentes tamaños, nuestras botellas de agua y nosotros.

Al llegar a Deqing se nos dijo que no habían boletos, así que tuvimos que tomar un taxi a Hangzhou por 200 rmb. Al ver la cantidad de camiones enfilados para entrar en la ciudad de Hangzhou, a unos 70 km de Deqing, y al servicio de tránsito en el peaje que obligaba a los autos retroceder, caí en la cuenta de que los embotellamientos en Panamericana quizás no sean tan graves (dije “tan”). Pensamos que el taxista iba a abrir la puerta y dejarnos ahí, en el medio de la nada (algo muy usual en China), pero el hombre, que parecía el personaje cerebral de las películas de acción anunció “Conozco un atajo”. Tomando un desvío y conduciendo por los caminos de las granjas de cangrejos y langostinos, llegamos a Hangzhou una hora más tarde. Después de una estratégica parada en MacDonald’s, nos subimos al tren hacia Shanghai por 50 rms.

Conclusiones:

  • Viajar por China es conocer este país en profundidad.
  • China es un país fascinante.
  • En China, como en muchos otros países, no necesariamente hay que pagar para llegar a los lugares más interesantes.
  • Hay muchos lugares únicos para conocer que no están en las guías de viaje. Hay que preguntar a los locales o escuchar a los viajeros que conocemos en los alojamientos.
  • Muchas veces, el tener un viaje inigualable no tiene que ver con el lugar que visitamos sino con las personas que viajamos o que conocemos en el camino.
Los compañeros de ruta la mayoría de las veces hacen que un viaje valga la pena.


4 comentarios:

  1. Casi siempre los mejores descubrimientos al viajar se deben al Factor Sorpresa. A veces, sitios que no tienen nada que a primera vista parezca gran cosa, por anécdotas que allí nos pasan o por la gente con la que vamos, son los que al final dejan una huella imborrable en nuestra memoria.

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  2. Wow un viajecito a China. No , todavía no estoy preparada.

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