martes, 29 de abril de 2014

Por qué venimos a China: Mike, la historia de un navegante

"No todos los que vagan están perdidos". J. R. R. Tolkien

Todos vienen a China por una razón. Muchos de los que venimos aquí decimos “vine por trabajo”, “me gusta viajar”, “siempre quise conocer China”… lo que suele ser verdad, pero no el motor de nuestra épica mudanza. Tengo la suerte de haber conocido viajeros de paso, gente como yo que viene a trabajar por un par de años y también a aquellos que viven aquí hace varios años y no piensan irse por el momento, aunque intuyo que saben que en un futuro se irán. Todos los días alguien me regala su historia, relatos invaluables que me han enseñado tanto de ellos como de mí misma.

“Find out who you are, and do it on purpose” (Encuentra aquello que te hace ser tú mismo y hazlo a propósito) dijo Dolly Parton en una entrevista. Venimos al mundo con ese objetivo, encontrar nuestro lugar en el mundo, hacer nuestro trabajo y hacerlo bien. Pero a veces el proceso de encontrar(nos) consta de muchos prueba y error. El tiempo pasa, nos atrapa la inercia, el deber ser adulto y pagar las cuentas, nos distrae el amor, nos copa el vaguito interior… y muchos terminamos aceptando lo que ha caído frente a nuestros pies aunque no nos dé un hogar, un “llegué a casa”.

Se siente incómodo, es como engordar en invierno. Crecemos en varias dimensiones hasta que la ropa queda chica. Todo aprieta y a veces hasta lastima... y lo más triste es que después nos reímos de la regordeta que usa calzas ajustadas, pero nos da miedo mirarnos al espejo. Podemos estar mucho tiempo así, incómodos, hasta que la ropa y nuestro posible YO dicen basta.

Y cuando esto pasa, cuando ya no podemos aceptar esa mentira que decimos es YO, el mapa se vuelve una reflexión de nuestro ser. Cerramos los ojos y con un dedo marcamos aquel destino que nos alejará de la realidad por un tiempo para ver las cosas en perspectiva. Sí, nos escapamos, pero HACIA y no DESDE. Buscamos refugio por algún tiempo, y cuando nos llegan las ganas no paramos hasta encontrar aquello que vinimos a buscar.

China, ese lugar tan distinto y tan lejano de Estados Unidos, fue todo eso para Michael Johnson, quien les viene a contar su historia.

Mike

“Lo voy a hacer gratis”, me contestó luego de que le pidiera que me cubriera una clase de inglés en el colegio. Yo doy clases a niños de 3er y 4to grado, mientras que él da clases en 5to. Nunca aceptó el dinero por la clase que había dado por mí, y el día que dejé un sobre en su ventana me respondió diciendo que no me hablaría más si seguía insistiendo. Así es como adora Mike esta profesión que encontró aquí, en China, después de los 50 años de edad. La enseñanza, para él, es algo que no tiene precio.
Así aparece en el anuario, pero hay mucho sobre él que esta foto no dice.
Elk Grove, California.
Mike nació en 1955 en la base militar de Hamilton, cerca de San Francisco, California. Como buen hijo de coronel, decidió unirse a la fuerza aérea junto con su mejor amigo. Esa noche de alcohol luego de terminar la secundaria, el plan parecía buena idea. Pero Mike recuerda muy bien el momento en que tuvo que despedirse de su madre, sus hermanas y ESE mejor amigo para subirse al transporte donde un hombre alto y ancho gritaba a los cuatro vientos lo mal que la iban a pasar en los próximos meses. Su amigo no había pasado los exámenes académicos, y Mike terminó solo una carrera que él y sus superiores sabían que no era para él.

Luego de que la guerra de Vietnam llegara a su fin, al igual que su carrera militar, le dedicó su tiempo a varios trabajos: instalador de juegos para las plazas, pintor, vendedor de autos, agente de seguridad y hasta empezó su propio negocio de tablas de skateboard, el cual nunca tuvo éxito.

Odió cada uno de estos trabajos.

Luego de algunos años, en 1977 entró a trabajar en gerencia en una compañía de cierres y broches, y es allí que descubrió que ser perseverante (o testarudo, diríamos sus compañeros de trabajo) tenía sus frutos: escaló posiciones en distintas empresas hasta convertirse en director de una compañía de productos electrónicos en el sur de California.

Odió cada uno de esos trabajos.

Abrazó el poder y el éxito como si fuera la madre de sus hijos, hasta que ésta realmente apareció en su camino. En 1986 sucedió lo que él me recuerda todos y cada uno de los días mientras compartimos el desayuno… conoció a su esposa Blanca, una mexicana inmigrante ilegal cuyo verdadero nombre aún no me ha dicho. Se casan sin pensarlo demasiado y en 1987 nace su única hija.

Como él lo cuenta, tenían dos opciones: o comprarle a su hija un arma para defenderse o mudarse a Sacramento. Comprar un arma era demasiado caro así que finalmente se mudaron y Mike abrió una compañía dedicada a reparar ascensores mientras que su esposa abrió una compañía de servicio de limpieza.

Odiaba su trabajo, pero amaba a su familia.

Muchos pañales, libros escolares, viajes familiares y asados en el patio de su casa después, lo que llenaba su vida lo abandonó. Blanca enfermó y falleció muy poco después en 2008. El dice que lo único que recuerda de esa época es el silencio que no lo dejaba dormir.

Vivía en la casa que él había construido para los tres con los fantasmas de una vida más feliz, y se levantaba todos los días a la misma hora para hacer el trabajo que había detestado toda su vida. Pero esta vez lo hacía sin haber desayunado los burritos mañaneros de Blanca.

Así que un buen día, se fue.

Vendió su casa y sus pertenencias y se compró un bote en Florida. Se unió a un curso de navegación y náutica (el cuál nunca aprobó), y decidió embarcarse en un viaje de un año por el caribe. Atravesó canales y desembarcó en grandes y pequeñas islas. Transportó gente, literalmente sobrevivió tormentas y noches de drogas y alcohol que todavía no está seguro si realmente ocurrieron o no. Contrajo graves enfermedades y dejó hospitales sintiéndose más vivo que nunca… hasta que llegó a Cuba y tuvo que volver a su país a la fuerza (no me quiere contar qué sucedió pero supongo que debe haber sido lo mismo que sucedió cuando quiso infiltrarse en Vietnam y Corea del Norte sin visa). Un año después de su partida vendió su bote a una pareja que había conocido en Hawaii y que, después de casarse, quería hacer lo mismo que él había hecho (mientras lo cuenta repite una y otra vez ¿Por qué dejé mi barco? ¿Por qué?”). Sus días de navegante habían terminado.

Mike tenía miedo. Si algo no quería era volver a escuchar silencio. Así que sin pensarlo se embarcó en la verdadera aventura de su vida. Se acordó de aquel plan que había elaborado antes de que su esposa apareciera en su vida: visitar China.

Este nuevo capítulo aún lo tiene atado aquí. Luego de tres meses de visitar ciudades y conocer gente que lo inspiraba a saber un poco más de sí, entendió que ya había tenido demasiados problemas con visas y que si quería quedarse tendría que encontrar un trabajo. Todos le decían lo mismo: "Si querés venir a China, tenés que dar clases de inglés".
No lo conocía mucho en ese entonces, pero cuando vi como sus ex-alumnos gritaban su nombre no me quedó duda de qué tipo de persona estaba por conocer.
Y encontró mucho más que dinero: acá, en este colegio pupilo de la pequeña ciudad de Yangzhou, a miles de kilómetros de su ya lejos realidad, Mike encontró lo que hoy lo hace ser él mismo: enseñar. A pesar de no haber estudiado para ser uno, Mike es un maestro de alma. Basta con ver cómo sus alumnos de otros años lo vitorean en los pasillos, o como sus alumnos sonríen cuando él entra al aula. Es difícil no ocultar una sonrisa cuando veo cómo defiende sus métodos en las reuniones escolares y cómo se pelea con nuestro jefe para cambiar políticas que todos creemos injustas.

Ama su trabajo.
Mike es el tubo de pasta dental. Es el encargado de recibir a los niños en la casa embrujada durante Halloween =)

Desde que lo conocí sabía que tenía que escribir sobre él, quería que todos lo conocieran. No se arrepiente de nada de lo que hizo en la vida, ni de los desaciertos ni de aquella decisión que lo llevó a ser hoy el hombre que es. Es la persona que describe aquello que siempre pensé que tenía sentido pero me aterraba y que creo que todos debemos hacer de la manera que podamos: seguir hasta lograrlo, hasta encontrar ese lugar que llamamos “hogar”, en el que nos encontramos seguros y satisfechos, y que no siempre tiene un nombre en el mapa.


Entrevista a Mike

¿Cómo te describirías?

Soy un navegante. Hago mi camino al andar y busco encontrar placer mientras causo el menor daño posible.
Mi comida favorita es el pavo y la salsa que hacía mi esposa. Mis películas favoritas han iniciado dos de mis viajes: Los Cazadores del Arca Perdida y Mamma Mía. Mi dibujo animado favorito es La Pequeña Sirenita (aún estoy enamorado de Ariel).
Soy un tipo bastante feliz, incluso cuando me levanto todos los días a las 5 am (la escuela militar me entrenó como un perro de Pavlov y no puedo dormir después de esa hora).
Sé un poquito de todo y mucho de nada. Pero eso me ha alcanzado para sobrevivir.
¿Qué es lo máximo de tu día?
Ver que mis alumnos aprenden lo que yo les quiero enseñar. Sea inglés u otra cosa. Me decepciona entrar a una clase donde veo que mis alumnos no están interesados y me pregunto por qué, pero me fascina entrar a una clase donde veo que hay entusiasmo y que todos (o casi todos, siempre está el de atrás del todo al que la revista le parece más interesante que mi voz) me muestran su entusiasmo.
Como yo lo veo, en mis clases están esos niños que buscan ese premio que les doy, que no es más que su propio aprender. Después están esos niños que no lo quieren, que prefieren ignorarme, que están enojados, que no lo van a intentar. Y eso para mí es mí fracaso. Pero este trabajo me presenta con logros y fracasos todos los días. Y eso hace que mi trabajo sea tan interesante.
¿Qué es lo que cambiarías de tu trabajo en China?
El mal comportamiento de nuestros alumnos tiene raíz en un problema: lo que enseñamos no les sirve. La educación en China está atrasada en unos treinta o cuarenta años. Aquí pretenden que hagamos lo que en occidente se hacía hace muchos años.
Cambiaría el contenido de las clases de inglés. A través de los años me he dado cuenta que los libros que debemos usar son anticuados, que el lenguaje es simple y que a estos niños no les sirve para poder comunicarse con nosotros u otras personas. Les enseñamos a decir frases que ni nosotros usaríamos y les decimos que cuenten una historia cuando no saben por dónde empezar… y esto tiene una razón. Les faltan las bases.
Si encontramos aquello que estos niños necesitan aprender, las clases se convertirían en un desafío y mis alumnos se engancharían mucho más.
¿Cómo ha cambiado tu vida vivir en China?
Puedo pensar en mil cosas a la vez. Pero si tuviera que pensar en algo puedo decir que China me ha dado un propósito. Me pasé mi vida trabajando en cosas que para mí no tenían sentido, rodeado de gente a la que nunca respeté. Y desde que empecé a trabajar aquí amo lo que hago, y no sólo estoy rodeado de gente que quiero sino que respeto todos los días por el enorme trabajo que hacen con estos niños.
Antes de dejar los Estados Unidos estaba enamorado de mi familia, pero estaba peleado con mi vida. Sentía enojo y no sabía cómo cambiarlo. Me pasaba los días soñando con una vida mejor, cada hora de cada día. Y desde que me mudé a china no tengo esos sueños diurnos. Los vivo a cada minuto.

Todos esos viajes, todas esas locuras de las que te cuento todos los días… no se comparan ni por un segundo a la felicidad que siento todas las mañanas cuando me levanto para hacer algo que amo ¿Quién puede decir que cambiaron 50 años de enojo por algo que aman? ¿Quién? Soy un tipo tremendamente afortunado.

miércoles, 23 de abril de 2014

Sobre Anji, Tian Quan Shan, Xiwuli y mi lugar en China

 Viajar a ciertos lugares a veces es comparable a cuando guardábamos esos caramelos de colores que nos gustan más de las miradas de nuestros compañeros en la escuela. Los escondíamos entre los dedos y los apretábamos para que nadie los pudiera descubrir o arrancar de nuestras manos. Algunos lugares se vuelven tan mágicos, tan únicos que no queremos que nadie los encuentre.

Pero aprendí de muy chica que compartir lo que nos gusta tanto a veces nos puede dibujar una sonrisa. Hoy quiero compartir con ustedes el que yo creo que, hasta ahora, es mi lugar favorito de China: la zona montañosa de Zhejian, al sur de Shanghai.

China no deja de sorprenderme. Sí, ir a la Muralla China, Visitar el Mausoleo de Mao, ver la Torre más alta de Shanghai… son ítems a chequear en una lista de quehaceres, pero en todos estos lugares nos toparemos con lo museístico, aquello que está preparado para el turista. . Amo lo íntegro, lo único, lo que no se ha tocado. Sea la naturaleza, la gente, la comida, la religión… me gusta vivir algo único. Aquí en China es algo que no es sencillo encontrar, puesto que las atracciones más populares a veces se asemejan a parques de diversiones. Algunos parques naturales se han literalmente transformado en parques temáticos con zonas recreativas, restaurantes y decenas de baños por doquier. Todavía encuentro algo extraño que las montañas más populares tengan escaleras para subir hasta la cima. Le quita el glamour al “¡Llegué!” que se nos escapa cuando, con la lengua afuera y la ropa húmeda, pisamos el lugar más alto.

Por eso, cuando al atravesar distintos bosques de bambú en la zona de Anji安吉y Moganshan 莫干山 veíamos carteles que anunciaban que la zona zona “va a ser protagonista de un boom turístico”, entendí que era mi deber compartir mi experiencia con aquellos que realmente quieran disfrutar de una historia auténtica antes de que pierda esa magia.
Si tienen ganas de ver algo así...

O conocer a algunas de estas personas... a seguir mis pasos que se quedarán maravillados. (Foto: Zora Bombach)

De Anji a Moganshanzhen... ese era nuestro plan inicial. Nos quedamos por la zona, pero las cosas cambiaron un poco.

De Yangzhou/Shanghai a Anji

Para llegar a la ciudad de Anji hay que ir a Hangzhou 莫干山 primero. Como sabía que iba a tener que hacer algunas combinaciones de transporte, decidí salir bien temprano. Mi cerebro no se levanta conmigo a las 5 am, quizás por eso haya tenido que volver a casa dos veces: una por el pasaporte y otra por mi celular, que dejé arriba de la mesa la primera vez que volví. En China jamás hay que olvidarse el pasaporte.

De Yanghou a Hangzhou hay dos horas de viaje, tres si hay demoras por tráfico. Si este es el caso, una siesta nunca nos quitará energías. Eso sí, si tu acompañante no habla por teléfono durante las tres horas, el de adelante te quitó el poco espacio que tenías para estirar un poquito las piernas y el de atrás deja de comer pollo con la boca abierta (sí, a las 6 am).

Cuando se llega a Hangzhou hay que ir hasta la estación norte, y de allí salen colectivos cada 15 minutos a la ciudad de Anji. El boleto cuesta 27 rmb.

Cuando llegué a la tarminal me tomé un taxi y no dudé ni dos segundos en preguntar el precio hasta el bosque de Anji (Anji Zhuxiang 请送我到) ¡Hay que regatear! El viaje no debería salir más de 70 rmb. 30 minutos después estaba en mi primer destino, el bosque donde se filmó la película Crouching Tiger, Hidden Dragon: hectáreas y hectáreas de verdes y amarillos.
Jugar y sentirme una niña
Miles y miles de bambú. Es la reserva más grande de China
Hay un parque nacional al que se puede acceder con una entrada de 80 rmb, pero si uno camina rodeando las colinas del parque se puede entrar fácilmente por la puerta de atrás. Allí podrán encontrar y contemplar un paisaje que obviamente excede los límites de MIS palabras.

Y si se cansan de ver bambú, abrazarlos, sacarse fotos locas jugando con los troncos, absorbiendo la magia que exuda la tranquilidad del bosque… también hay un tobogán para bajar que cuesta unos 40 rmb y una sección de juegos al mejor estilo escuela militar de los 80s. Después de todo, es un “parque” y como tal debe tener atracciones.

A pesar del perfil turista que está adquiriendo este bosque, esta reserva está ahí para ser admirada. Guarda secretos milenarios, provee a la gente de raíces de bambú que se juntan para después hacer bambú con salsa picante. Sé que la junta de árboles espera silenciosamente a que alguien salga a decir que lo de “boom turístico” lo están reconsiderando.

Si bien visitar el parque es algo que se suele hacer en un día, recomiendo obligatoriamente quedarse una noche. No hace falta reservar un hotel (a menos que sea época de festividades), porque a los pies del parque hay varias casas de familia que se han vuelto hospedajes. Ellos estarán deseosos de alojar a extranjeros.

Esa noche, en la posada de Ying Li, la administradora que ayudaba a sus hijos a hacer los deberes, mientras me hacía el check-in, ordenaba el almuerzo para una pareja y preparaba agua caliente para el té, decidimos hacer un drástico cambio de planes. Es decir, todos nos habíamos dado cuenta de algo ¿Por qué ir en transporte a nuestro siguiente destino si quedaba a tan solo 7 km? Podíamos caminar.

En cualquier otro momento hubiera pensado que caminar por la extensa campiña china, sabiendo que no hay buena conexión teléfonica, que nadie habla inglés ni intenta entender, que no sabíamos bien a dónde íbamos, y que nadie había caminado mucho en área de montaña en mucho tiempo, era como meter los dedos en el enchufe ese que nadie sabe por qué está cerca de la bañera cuando uno se está duchando. Simplemente no hay que hacerlo.

Pero ahí empieza a actuar el hechizo de este lugar o la estupidez humana (que aprecié mucho en su momento). Las fotos que nos habían quedado en la retina nos tenían tan sedados de placer que queríamos más. Queríamos seguir caminando entre bambús.

La posada donde nos quedamos se llama Dazhuhai hushing renjia (con eso basta para subirse a un taxi y que te dejen en la puerta) o en caracteres: 大竹海沪上人家 . Además de llamar al cocinero de la mañana para pedirle que nos haga baozi (pan relleno de verduras) porque lo habíamos pedido, Ying Li nos pidió un taxi que nos cobró 100 rmb para dejarnos más cerca de Xiwuli. Para ella todo fue un “sí, pueden” y “no se preocupen, están en Zhejiang”. Las habitaciones son más que cómodas por su valor: 248 rmb por tres habitaciones con dos camas twin. Dato extra
En China y en el medio de las montañas, lo que hay que hacer es salir a la noche y sentarse en algún rincón oscuro. Ver las estrellas se convierte en un privilegio que no muchos tienen.

A Howoo Life Resort en Xiwuli

Después de un muy chino desayuno con mantou (pan al vapor), baozi, pickles, congee y té verde por 10 rmb, el taxi que habíamos pedido nos pasó a buscar. Al vernos subir a la van con el google maps en la mano, el taxista hizo lo que cualquier otro chino hubiera hecho: prendió el GPS.  Mi amiga Zora le explicó que íbamos al pequeño pueblo de Tongfeng, hasta la intersección con el pueblo de Chiyicun, al sureste del pueblo. Cuando llegamos, unos 30 minutos después, juro que la expresión del taxista indicaba una sola cosa: miedo. El hombre, de unos 60 años, como el resto de la población en esos pueblos, tenía más miedo de dejarnos ir que nosotros de caminar sin saber a dónde ir. La intersección de calles no era más que un pequeño cruce de caminos tierra atravesado por un arroyo.

Y empezamos a caminar ¿A dónde? No teníamos la menor idea.

Dirán, pero qué irresponsabilidad. Arruinar un viaje por no saber a dónde ir. Yo hubiera pensado así, pero quizás esa sea la magia de acostumbrarse a no entender exactamente dónde uno está ni estar seguro de no saber si está yendo bien cuando se piden direcciones. La ansiedad nos deja y disfrutamos del paisaje (bienvenidos a China).

Comenzamos a caminar hacia el sudeste, como indicaba Google maps. Seguimos caminos de asfalto y construcciones, preguntamos a los trabajadores que encontrábamos, a los campesinos que llevaban raíces de bambú, a los que estaban talando árboles. Encontramos pequeños bosques y nos sumergimos en ellos para tomar atajos… y un rato después llegamos a Da Zaowucun. Sólo un rato más tarde y ya con algo de hambre, llegamos a Yaowucun o Waitaowu (en realidad eso lo sé ahora, cuando estábamos ahí estas pequeñas aglomeraciones de casas, carritos con golosinas, escuelas tradicionales y muchas banderas de China eran solo… ¡Mirá que lindo pueblito!).
Después de recolectar té y raíces, estas mujeres se detienen a descansar.

Procesadora de raíces de bambú: no sé quién estaba más contento por el encuentro, ellos o nosotros.

A pesar de que estos pueblitos no existan en el mapa mental de muchos Chinos, puedo asegurar que lo que hay allí es imperdible. Después de pasar días en ciudades donde la gente quiere parecerse un poco más a los extranjeros, caminan ligero sin mirar a quién tienen al lado y se convierten en una arteria más de una comunidad un tanto individualista, ver cómo es la vida en estos lugares es placentero. Los trabajadores de la procesadora de raíces de bambú nos invitaron a entrar al lugar y nos explicaron cómo trabajaban. Tanto mujeres como hombres sonreían las vernos pasar y posaban para las fotos. Después de haber recogido docenas de raíces de bambú se podía ver a las mujeres que cargaban las bolsas al mismo tiempo que reían de algo que ellas mismas comentaban. Y el dueño del pequeño mercado no dudó en hacer una pausa mientras fumaba su cigarrillo para rascar la panza de su pequeño perro negro. Todo esto nos obligó a frenar el paso, sonreír más, agradecer y seguir camino.
Miles y más miles.
A pesar de que estábamos disfrutando de nuestra aventura, Sofi citadina no me abandona nunca. Justo cuando estaba enterrada en el barro, disfrutando del esfuerzo físico y sintiéndome la Jane de Tarzán, me rehusé a seguir. Casi me abrazo a un bambú para que no me obligaran a caminar cuando nos perdimos en un bosque bastante oscuro (¿Quién tiene miedo, yo?). Pero me convencieron de seguir. Siempre que nos habíamos perdido en algún pueblo terminamos. Para la suerte de los cuatro alemanes, uno o dos kilómetros después llegamos a Xiwuli, donde estaba nuestro hospedaje.

El hostel, Howoo Life, se puede encontrar en hostelworld.com. Cuesta 140 rmb la noche en un dorm compartido, pero las instalaciones son cómodas, hay agua caliente y sirven papas fritas en el restaurant. Qué más se puede pedir en el medio de las montañas (calefacción, pero bueno, todo no se puede).

Habíamos llegado.


Tian Quan Shan

Sigo sosteniendo una pequeña teoría acerca de viajar: a veces es bueno saber a dónde se va, y a veces es mucho mejor no saber a dónde se va.

Como habíamos cambiado de planes, no sabíamos muy bien que hacer cuando llegamos al hostel. Era apenas el mediodía, pero Mogan Shan (a donde íbamos en un principio) estaba muy lejos. Lo mejor era seguir caminando ¿a dónde?

Cuando nos internamos en la colina detrás del hostel (o resort) nos dimos cuenta que era algo empinada y se me ocurrió sacar el mapa que me habían dado en recepción. Aquello no era un simple bosque de bambú, sino que era una pequeña montaña llamada Tian Quan Shan, que tenía casi la misma altura que Mogan Shan, pero sin todo el glamour de un resort para extranjeros durante el S XIX.
Senderos para subir Tian Quan Shan: como en los cuentos.
Tian Quan, como yo la recuerdo, es una pequeña montaña que NO APARECE en los mapas de google. Si no fuera porque en China no se estudia Geografía y los mapas muchas veces carecen de información vital, diría que fue como encontrar un pasadizo secreto o una puerta al más allá. Cuando esto ocurre en los libros de ficción uno sabe que tiene que prepararse para algo sin igual.

No me equivoqué. Tian Quan me regaló algo que voy a llevar conmigo siempre: mi lugarcito de China. Verán, he visitado ciudades importantes de China, he subido a la muralla, entré a la ciudad prohibida, a montasterios, a residencias imperiales… pero nada me había preparado para lo que viví esa tarde.
Pequeños regalos de la montaña (Foto de Zora Bombach)
No sé realmente si existen las vidas pasadas, pero si existieran yo estoy segura que fui alguien que nació en las montañas, quizás hasta fui parte de alguna de ellas. Simplemente soy yo cuando llego a la cima. No hay preguntas, no hay dudas, no hay peros, no hay pasado ni hay futuro. Somos una… y estamos bien.
Somos una y estamos bien.
Para llegar a tan monumental pequeño lugar hay un sendero,  pero recomiendo adentrarse en los bosques. Es menos cómodo y me ensucié mucho, pero llegamos en menos tiempo y estoy segura que el bosque alberga muchas pequeñeces bellas para mirar.

A medio camino hay una plantación de té y, si la dueña está en casa, se puede probar una taza de té y galletitas por unos 20 rmb. Puede parecer costoso, pero el té es algo especial. Basta con ver a las docenas de mujeres recogiendo las hojas de té (que aparentemente quitan el hambre) a la vez que sonríen y escapan a las fotos indiscretas, para darse cuenta que a veces las cosas no tienen valor.

Esa noche, luego de tomar el sendero para volver (ya las piernas no nos respondían), nos deleitamos con platos autóctonos de la zona y una cerveza Mogan Shan mientras jugábamos al UNO tratando de no pelearnos.

La Vuelta

Al día siguiente se nos dijo que ir a Mogan Shan, nuestro destino final, no era lo más conveniente para terminar nuestro viaje. Habíamos ido a la zona en feriado nacional, y como todo feriado nacional, esto era motivo de éxodo masivo. Para que se imaginen: embotellamiento de autos para llegar, bocinazos de los menos melódicos, no poder moverse porque si lo hacés le tocás la cabeza a una persona que tenés al lado, colas para subir a la montaña (Sí, como lo leyeron), gente de mal humor. Estábamos cansados y se nos podía ver estirando las pantorrillas en cada zócalo que veíamos, así que salimos a caminar y recorrer Xiwuli y a la tarde emprendimos la vuelta a casa.

La idea era tomar un colectivo desde Xiwuli a Deqing y de allí tomar un tren a Hangzhou. El colectivo no era más que una pequeña van que paraba en todos los pueblitos recogiendo gente que iba a trabajar o a estudiar a Deqing o Hangzhou. Gente, animales, valijas y cajas de diferentes tamaños, nuestras botellas de agua y nosotros.

Al llegar a Deqing se nos dijo que no habían boletos, así que tuvimos que tomar un taxi a Hangzhou por 200 rmb. Al ver la cantidad de camiones enfilados para entrar en la ciudad de Hangzhou, a unos 70 km de Deqing, y al servicio de tránsito en el peaje que obligaba a los autos retroceder, caí en la cuenta de que los embotellamientos en Panamericana quizás no sean tan graves (dije “tan”). Pensamos que el taxista iba a abrir la puerta y dejarnos ahí, en el medio de la nada (algo muy usual en China), pero el hombre, que parecía el personaje cerebral de las películas de acción anunció “Conozco un atajo”. Tomando un desvío y conduciendo por los caminos de las granjas de cangrejos y langostinos, llegamos a Hangzhou una hora más tarde. Después de una estratégica parada en MacDonald’s, nos subimos al tren hacia Shanghai por 50 rms.

Conclusiones:

  • Viajar por China es conocer este país en profundidad.
  • China es un país fascinante.
  • En China, como en muchos otros países, no necesariamente hay que pagar para llegar a los lugares más interesantes.
  • Hay muchos lugares únicos para conocer que no están en las guías de viaje. Hay que preguntar a los locales o escuchar a los viajeros que conocemos en los alojamientos.
  • Muchas veces, el tener un viaje inigualable no tiene que ver con el lugar que visitamos sino con las personas que viajamos o que conocemos en el camino.
Los compañeros de ruta la mayoría de las veces hacen que un viaje valga la pena.


martes, 15 de abril de 2014

Shu: la flor del jazmín chino

Si hay una flor que se le asemeja en carácter a Shu es el jazmín chino. Esas pequeñas florcitas blancas cuyos tallos trepan todo a su paso, cubren superficies con su oleaje perfumado y se vuelven irresistible a la vista. Son livianas, algodonadas, y se mueven al son del viento, llenas de vida. A la vista frágiles y delicadas, las flores del jazmín el chino son fuertes y resisten cualquier invierno. Shu es así, a veces pareciera que no sabe que es el invierno.
Las flores del jazmín chino.
 Conocí a Shu en Beijing, donde me alojó por unos días en un departamento que comparte con su compañera, Anna. Ver su perfil en Couchsurfing fue realmente una sorpresa. En China, que las mujeres participen de un intercambio como el que propone Couchsurfing sugiere promiscuidad y suelen perder su reputación. Pero a Shu eso no le preocupa, ella sabe que Couchsurfing le da la posibilidad de hacer algo que la identifica: hacer amigos. Desde el momento en que leí su perfil en Couchsurfing, que ella misma había escrito, y los comentarios que sus amigos escribían de ella, sabía que tenía que conocerla.

 Shu (que dice no recordar su nombre en inglés) es contadora y trabaja para el World Trade Center in China que se encuentra en Beijing. Ha trabajado casi seis años haciendo números, cuidando presupuestos y chequeando que los tickets que le dan en los supermercados estén bien. Aunque a veces parezca exagerada con la tarea, Shu es responsable y sabe que tiene que denunciar a evasores (la mayoría de la gente en China). Responsable, exitosa, seria, Shu odia su trabajo y se alegra cada vez que alguien le dice que no aparenta ser una contadora.
Una de las maravillosas fotorafías de Shu "Este es un mercado de Lang Prabang, en Laos. Cuando viajo, me gusta merodear en lugares públicos para obervar el estilo de vida de la gente local". 

Si pudiera hacer cualquier otra cosa en el mundo, Shu diría que viviría viajando y sacando fotos. Viajar se ha convertido en su manera de entender el mundo, y la fotografía plasma su visión de las cosas, lo que quiere guardar en su memoria y lo que quiere que el mundo sepa de ella. Siempre usa una cámara artesanal y revela el fílmico ella misma antes de llevar el rollo a una casa de fotos. Sus imágenes son demasiado especiales para ella como para usar una cámara digital. Cuando finalmente has ganado su confianza y decide mostrarte una foto, entiendes que cada una aloja  un pedacito de su ser. Paciente, amable, poco decidida en todo sentido, experta en sacar temas de conversación y sumamente impuntual, Shu fue la mejor guía que pude tener en Beijing.

“Libertad” era lo que la había llevado a mudarse desde Hangzhou, su ciudad natal. Recuerdo que estábamos sentadas en pequeño bar Indie de Nanguiluxiang, mientras tomábamos té de jengibre con miel como el resto allí escuchando a la banda de jazz favorita de Shu, cuando esta graciosa contadora de 30 años por qué le resultaba difícil volver a Hangzhou. Me había hablado de las hermosas plantaciones de té verde en las colinas del lugar, del lago que la hace “el cielo en la Tierra” y de su papá, al que adora y con el que comparte su pasión por la fotografía. Pero Hangzhou, en los ojos de Shu, es una ciudad demasiado convencional para una mujer como ella que no sabe cumplir con los estándares de una mujer china. Directa, independiente y de opiniones claras, Shu sentía que no encajaba en la comunidad patriarcal y pacata de Hangzhou.
"Esta es la famosa ceremonia de ofrendas en Laos. Cuando todavía ni amanece, los monjes deben ir en busca de la comida que luego donarán. Es una ceremonia solemne".

Distinta a la mayoría de las chicas de su edad, Shu todavía no se ha casado. Y lo que ella me a confesado es aún peor, Shu tiene un novio europeo que conoció a través de Couchsurfing. Mikkel y Shu se conocieron hace un año en Beijing, cuando él estaba viajando por el norte de China. Mikkel es sueco y vive en Suecia, y viaja para ver a Shu dos veces al año.

Según Shu, tener una pareja de otro país está mal visto por varias razones: 1) los chinos no confían en que los extranjeros realmente estén enamorados de sus hijas, y creen que estos las abandonarán sin previo aviso, arruinando su reputación. 2) Los extranjeros, en los ojos de las familias tradicionales chinas, no quieren casarse. 3) No son chinos ¿Por qué casarse con alguien que no es chino?

Shu adora a Mikkel, sus pequeñas excentricidades suecas e intuyo que la esperanza de mudarse a Europa en algún momento.  Pero deja ver, cuando habla de él, que ella sabe que es muy poco probable que lleguen a casarse. La relación a distancia ha desgastado lo que antes los había unido, y aunque ella diga que no es así en su caso, la opinión de la familia en cuestiones del amor es algo vital para ella. Y como pueden esperar, la familia de Shu no está de acuerdo con el noviazgo y hacen de cuenta que Mikkel no existe.

Y porque su novio no existe, Shu todavía padece la persecución de brujas no casadas que se da inicio durante el año nuevo chino. Mientras terminaba su té de jengibre de un sorbo como si fuera un shot de whisky, Shu me explicó algo que me hizo entender el porqué de las caras largas de varias muchachas que había visto en la estación de tren. Volver a casa durante la semana de año nuevo sin siquiera tener un novio estable a los 27 años es el comienzo de un largo via crucis. Al parecer, las actividades tradicionales de la época pasan a segundo plano cuando existe la rutina de sermonear a la no casada. Shu me contó de su última celebración de año nuevo con su familia justo antes de mudarse a Beijing. Su abuela había anunciado que estaba buscándole novio a Shu en la plaza del pueblo, su tía parecía haber memorizado la lista de las razones por las cuales Shu estaba soltera (demasiado trabajo, expectativas muy altas, mostrar los hombros y no arreglarse el pelo entre otras) y su madre aquejaba distintos dolores cada vez que alguien mencionaba que si Shu seguía así terminaría siendo “huaile” (una mujer podrida). Shu ríe cuando cuenta la historia de cómo ciertas mujeres que conoce “alquilan” supuestos novios durante estas épocas para que sus familias no las presionen. Pero sabiendo que Shu no vuelve para año nuevo desde entonces y se disgusta cada vez que tiene que viajar para ver a sus familia, se siente como hablar del tema debe pesar.

Unos días más tarde, estábamos cenando con Oriol en un típico restaurant Chino, cuando Shu apareció en el momento preciso. Aunque me pregunté si cambiar de tema, puesto que estábamos hablando de las mujeres de sobra con Oriol, discutiendo como siempre, algo me decía que la opinión de Shu era un poker de ases en el tema. Cuando le conté que alguien me había explicado que las mujeres de sobra eran aquellas mujeres de más de 27 años que no se habían casado y que nadie consideraba como potencial pareja, Shu me observó unos momento en silencio, perpleja. Pensé que me había equivocado en preguntarle y que el tema era demasiado delicado. Shu sonrió y me mostró una escalera real. Recuerdo sus palabras como si fuera hoy “A mí me gusta ser una mujer de sobra. No tengo vergüenza. Ser una sheng nu es algo que me enorgullece. Quiere decir que tengo educación, que luché por tener un título universitario y no fui a la universidad a buscar hijos. Quiere decir que tengo la libertad de elegir qué quiero de mi vida. Quiere decir que soy lo suficientemente valiente como para decir NO y defender mi vida ante los demás. Quiere decir que no me conformo, que no tengo que regalarle mi vida a alguien que no considero lo suficientemente bueno para mí. Quiere decir que todavía puedo buscar al hombre que me haga feliz.”

No necesito decir nada más.

Entrevista con Shu:

Lugar de Nacimiento: Hangzhou, pero ahora vivo en Beijing.
Familia: Mi padre ama la jardinería, las mascotas y las antigüedades. Es un hombre relajado. A mi madre le gusta jugar al poker con sus amigos y siempre nos está presionando para que hagamos las cosas como ella quiere.
Creciste con…: mis padres.
Profesión: soy contadora, pero no me gusta trabajar de eso. Me pongo muy contenta cuando me dicen que no parezco una contadora.
Estudios: Contabilidad. No tuve mucha elección porque quería estudiar para ser arquitecta pero no pasé el examen. Entre todas las posibilidades de estudios que me quedaban, contabilidad parecía la menos aburrida. 
Hobbies: fotografía, acampar, viajar, ver películas francesas.
Tres palabras que te describen: optimista, idealista, valiente.
Estado Civil: no casada J

1)      Qué en la vid ate ha hecho la mujer que sos hoy? La esperanza de encontrar el verdadero amor.
2)      Cuáles son tus metas este año? Quiero que me aumenten el sueldo y me aprueben la visa para irme a Australia.

3)      Describe una fotografía tuya dentro de 5 años. (No contestó) 
Mi amiga Shu =)

martes, 8 de abril de 2014

Sarah: nomeolvides

Sarah me recuerda a esas pequeñas florcitas azules que llamamos nomeolvides. Son de esas que cuando somos niños arrancamos para ponernos en el pecho y llevarlas cerca del corazón. Ella y su familia me han adoptado como su prima laowai (extranjera), y son casi los únicos responsables de que hoy en día entienda los qué, porqués, cuándos y dóndes que se me presentan a diario.
Nomeolvides, por si no se acuerdan cómo son. (http://solo-flores.blogspot.com)
Conocí a Sarah el día en que entendí que el gimnasio parecía más un club de solos y solas que un templo de deportistas. Ese día alguien me había hecho llegar el número de teléfono de uno de los chicos que estaba levantando pesas.  No tardé mucho en hacerlo un bollito y tirarlo al tacho, el papelito en cuestión venía del mismo muchacho que me había echado elegantemente de la sección de pesas porque no era un área para mujeres. Como verán, entre tantas otras actividades, como las clases de pole dancing o jugar al ping pong, el gimnasio parece proporcionar un servicio de celestinaje amateur mediante el cual papelitos con nombres y números de teléfono van de aquí para allá uniendo enamorados.

Las mujeres no se suben a la trotadora sin maquillaje ni perfume, no vestirán un simple pantalón y una remera vieja y descolorida y jamás dejarán ver una gota de sudor caer por su frente. Del otro lado de la selva, los hombres harán lo posible para no olvidar levantarse la remera entre entrenamientos para demostrar a las féminas quién tiene los brazos más grandes.

Como otras, éstas son situaciones que me intrigan y divierten, pero a veces me decepcionan. En un lugar donde el aire condensado se hacía pesado, donde los rumores de amoríos y relaciones clandestinas mezclados entre  risas estaban a la hora del día, donde frases como “No tengo novio porque estoy gorda” y “¿Cómo puede ser que no quieras tener una pareja? Acá podés encontrar una” se escuchan como disco rayado, y donde entrenadores complacían a sus clientas entrenándolas o ayudando a estirar de una manera sensualmente poco profesional, recibí mi primera conversación con Sarah como una bocanada de aire fresco y libre de tensiones.

“Presiento que vamos a ser buenas amigas” dijo  luego de que yo terminara de dar mi primera clase de yoga en el gimnasio. En su casi perfecto inglés y, sin titubear ni una vez, me aconsejó  sobre qué podía hacer para que lo que yo enseñaba gustara a sus compañeras, se ofreció para traducir durante la clase si era necesario y me dio su tarjeta para que la llamara por teléfono si yo  tenía tiempo libre. Casi ni hablé, pero no tenía que hacerlo, Sarah parecía saber qué decir por las dos. Me sentí un poco intimidada y juro que cada vez que Sarah me dice “soy tímida” me acuerdo de esa conversación y me río. Pero finalmente tenía razón, nos volveríamos buenas amigas.


Cuando le pregunté “¿Qué es lo que te ha llevado a ser la mujer que sos hoy?”, Sarah me contestó un simple y contundente “mi familia”. Vivió en la misma casa donde nació casi toda su vida con sus padres y su abuela, quien la cuidaba la mayor parte del día mientras sus padres trabajaban sus dos trabajos diarios. Sabiendo que sus padres siempre trabajaron más de lo que muchas veces hubieran querido para darle una educación que la pudiera independizar, y que su madre había dado en adopción a otro hijo que había tenido para poder mantenerla, Sarah siempre fue y es excelente en todo lo que hizo y hace. Dice sentir en el pecho como cada pequeño fracaso que atraviesa es una mancha en el nombre de la familia. La vida la ha hecho experta en evadirlos.

Tímida como dice ser, Sarah nunca creyó poder pararse frente a una clase y dar clases de inglés. Había estudiado para ser maestra porque le gustaba el idioma, pero algo le decía que enseñar no era el camino. Además, el no poder perder nunca en una discusión y no saber hacer las cosas como quieren los demás, hacían que Sarah detestara todo trabajo donde hubiera un jefe.  Sarah se convirtió en su propio jefe en un mundo de hombres: desde su oficina, que ella elige puede estar en su casa, en el auto yendo al gimnasio o en un café donde toma té verde con dátiles, vende insumos navales en China, Indonesia, Vietnam y Singapur por Internet. Juro que puedo ver cómo la timidez la abandona cada vez que respira y atiende una llamada de negocios mientras estamos tomando té en su casa o caminando por el parque para “descansar”.

Dice que aún siente el miedo trepar por sus piernas cada vez que tiene una reunión de negocios, porque sabe que tiene que defenderse con palillos de madera la mayoría de las veces. Y también dice que muchas  discutir y elevar la voz hasta callar a su oponente en una guerra de precios y servicios la drena de energía. Pero lo hace, porque sabe que un segundo después tendrá lo que más quiere. Tiempo y suficiente dinero. Saborea esas horas que ella misma maneja para leer los muchos libros y revistas que se ha propuesto leer ese año, ir de compras, cantar  visitar a su familia en Hangji,  conocer cada recoveco de Yangzhou, juntarse con amigas en un nuevo restaurante, comprar frutas y cocinar, hacer yoga… y viajar. Escaparse de China cuando se puede y por negocios únicamente si sirve de excusa.

Probablemente un mundo de dudas se esconda atrás de la seriedad que porta cuando quiere convencer a alguien de algo, pero nunca dudará de su palabra y hará las cosas a su manera. De vez en cuando la complazco y le pongo dátiles a mi té porque los dátiles son buenos para las mujeres, “son rojos, ¿Cómo no van a ser buenos?”. Me imagino la reacción en los rostros de sus pobres clientes cuando se encuentran con esta mujer que no cederá un centímetro ante nadie. Pero detrás de ese escudo se esconde alguien dulce, humilde, amable y aniñado que desviará la mirada cuando se la mira a los ojos. Me gusta pensar que Sarah es muchas mujeres en una.

Y porque la conocía como aquella independiente, tenaz e inamovible que es que me una noche le pregunté cómo lidiaba con la presión social de “tener” que casarse antes de los 30 años. Sarah tiene 28 años y aún no se ha casado ni tiene hijos. Estábamos caminando por un barrio viejo de Yangzhou y juro que los locales y turistas se daban vuelta para ver quién había roto en carcajadas. Por supuesto que tenía novio, y ella quería casarse. Cómo se me ocurría preguntar semejante cosa.

Aunque contenta al saber que mi amiga abandonaba el grupo de las solteronas en el mapa mental de China, intuía que detrás de aquella risa poco común, Sarah algo ocultaba. Me arrebató la curiosidad, así que l ver que no me contaba nada más, empecé a preguntar por el afortunado muchacho y por qué aún no sabía nada de él. Juro que nunca vi a nadie tan incómodo al contar la historia de cómo se habían conocido con su pareja. Parecía como si contar sobre aquella reunión de negocios hacía cuatro años se comparara a explicar cómo su madre se depilaba las piernas.  A medida que yo agregaba preguntas a la lista, las respuestas se volvían más cortas, simples y llenas de resentimiento. Sarah  desviaba la mirada hacia las vidrieras y los puestos de comida, buscando una excusa para cambiar de tema. Sabía que debía abandonar el tema, pero había algo que sentí que tenía que preguntar: “¿Estás enamorada?”. Por convención social Sarah debía contestarme, pero no sé si realmente quería hacerlo “Estamos juntos hace cuatro años ¿Sabés? Y creo que se necesita demasiado tiempo para saber si realmente uno está enamorado”.


Esa noche me fui a dormir algo confundida.

No fue hasta la noche de año nuevo chino que entendí lo que Sarah me había querido decir. Su familia me había invitado a celebrar con ellos y, como Hangji no queda muy cerca de la escuela donde vivo, Sarah me invitó a quedarme a dormir. En lo que se parecía a una conversación de pijamada de niñas de 13 años y con una copa de baijiu (licor de arroz chino) en el sistema, nos confesamos lo que queríamos este año. Mientras yo había dicho que quería viajar, aprender (cualquier lección) y conocer gente, Sarah se desprendió de tres palabras que parecían relajarla “quiero un esposo”.

Ambas mirando dentro de la oscuridad de su habitación, no pude dejar de preguntar otra vez “¿Estás enamorada?”. Arregló sus sábanas nerviosamente y contestó en voz baja y sin pasión “creo que sí”. Se dio media vuelta y luego de un largo silencio y entre lágrimas un tanto orgullosas, Sarah me contó de Big John. Su novio era poco atractivo, pero muy talentoso, sociable y tenía un excelente trabajo. Su familia lo había aceptado y todos sabían que se iban a casar. Pero Big John vivía para su trabajo y sus viajes. No la llamaba cuando viajaba y muy pocas veces atendía sus llamados. Se olvidaba de avisarle cuando se iba de la ciudad, no reparaba en cumpleaños y aniversarios y la caballerosidad no era su fuerte. Big John la volvía furiosa, más aún cuando, siendo una exitosa mujer de negocios, su novio no respetaba sus opiniones. Dejó de hablar para no dejar que sus emociones jugaran con ella y luego siguió. “Creo que sí lo quiero” volvió a repetir y se quedó dormida.

La realidad detrás de sus palabras es que Sarah no está segura. No sabe si realmente Big John la hará feliz, pero es la oportunidad que le ha tocado de tener una familia. Y en China eso no se rechaza. Probablemente la raíz del temor que siento en su voz nace de saber que ella misma se ha creado un mundo en el que puede ser libre y tomar toda decisión que quiera, pero a la vez sabe que nació en uno donde las barreras sociales quizás no la dejen buscar su verdadero amor.

Conocí a Big John hace unas semanas. Big John me había invitado a cenar porque sabía que yo lo quería conocer. A simple vista Big John no parecía ser el hombre terrible que Sarah describía. Elegante, educado, sorprendentemente leído y quizás demasiado supersticioso, John se había ganado mi aprobación.  Pero para mi desilusión, el ahora prometido de mi amiga no dejó pasar mucho tiempo antes de mostrarme lo que era una tradicional relación entre un hombre y una mujer en China. Como en otras sociedades puramente patriarcales, se espera que el hombre y la mujer adopten sus roles. Para ser virtuoso, él deberá proveer a su familia de lo que necesite y cuidar de ella. Y ella deberá guardar silencio y respetar la palabra de su hombre, no anteponerse a él, entenderlo y seguirlo en sus decisiones.

En la presencia de Big John, Sarah se volvía una mujer distinta. Entre bocados, Sarah esperaba a que Big John hablara para decir palabra, y se callaba lo que yo sabía era una justa contestación cuando Big John hacía comentarios como “Estás comiendo demasiado” o “Lo que dijiste es una estupidez”. Mientras lo escuchaba hablar, Sarah no lo observaba ni por un momento y la sonrisa de niña que la caracteriza había desaparecido. Vi como esa luz que irradia perdía su brillo a medida que pasaba el tiempo en aquel restaurant tailandés.

Entendí por qué Sarah me había invitado a cenar ese día con Big John. Cuando terminamos de cenar nos fuimos con Sarah a tomar un café, y desde el momento en que pedimos nuestros té verde con leche hasta este preciso momento no hemos hablado ni de Big John ni de su futuro. Ella no queiere que lo haga, ya las dos sabemos cuál era su realidad. Creo que Big John es un buen hombre, que la va a proteger y le va a dar una familia. Pero sé que no es el hombre para Sarah, y ella también lo sabe. El problema es que, en China, ya es muy tarde.



Cuando pienso en Sarah y su futuro, sé que mi amiga va a estar bien. Sé que va a tener esa familia que quiere para este año, y sé que va a viajar un poco, al menos hasta tener hijos. Sé que va a tener una niña y un niño, y que ninguno se va a parecer a Big John. Sé que va a amar a su esposo, porque está determinada a hacerlo. Sé que va a encontrar la felicidad, porque está determinada a que las cosas se hagan a su manera. Y sé que la voy a recordar como aquella valiente flor silvestre que se aferra a lo que quiere y no lo abandona, aunque deba hacer ciertos sacrificios para lograrlo.

ENTREVISTA A SARAH

Lugar de nacimiento: Yangzhou.

Describa a su familia: felicidad.

Con quién creciste: con mamá, papá y mi abuela.

Profesión: ventas.

Estudios: Inglés. Siempre me gusto.

Hobbies: cantar, ir de compras, viajar.

Tres palabras que te describan: positiva, sensible, amable.

Estado Civil: (no respondió)

Qué es lo que te ha convertido la mujer que eres hoy: No lo sé. Nunca tuve un plan concreto. Trato de ir paso a paso, atravesar errores y tristezas de la mejor manera, incluso hoy en día.

Cuál es tu meta este año: Casarme.

Cuál es la foto que describirías de vos en cinco años: Siendo parte de una familia feliz. Hay un niño y una niña junto a mí. La salud de mis padres y los padres de mi esposo está bien.