“¿Ah, sí? Mirá vos…” seguido por un largo silencio fue lo
que recibí de mi gente en Argentina cuando les di la noticia de que era vegetariana.
Aparentemente lo que yo pensé era una hazaña no era más que algo que todos
esperaban de mí en algún momento.
Es que mi vida en verde comenzó hace alrededor de diez años
cuando empecé a hacer yoga. A medida que podía hacer rutinas más avanzadas me fui
dando cuenta de que había algo muy cierto y de lo que descreía en un 100%: el
cuerpo habla. A veces se vuelve medio autoritario y no nos agrada, pero si
tenemos que escuchar algo durante el día, que sea nuestra voz. A mí yo misma me
estaba diciendo que dejara de comer tan mal.
No me hice come-hojas de la noche a la mañana. Al principio
me di cuenta que habían cosas que no quería comer más, y que no comerlas me
dejaba en mejores condiciones para practicar una disciplina que hoy en día es
un pilar de mi salud. Empecé a comer muchas verduras y frutas de variados
colores y dejé de comer snacks, dulces, pan y facturas, aceites y eventualmente
carne en demasía, aunque todavía algo comía. Me sentía un poco extremista e
intolerante, sobretodo en Argentina donde las carnes son algo vital en el plato
diario. Y confieso que he sufrido el amistoso bullying de mis amigos. En algún momento “Tortuga” pasó a formar parte de mis apodos. Hoy en día llevo
el título con honor, soy una tortuguita muy sana desde entonces y mi
rendimiento físico ha mejorado mucho.
La razón por la que me hice come-hojas (Foto: Kala Moreno Parra). |
Somos lo que comemos. No hay duda. Pero lo que decidimos
comer afecta no sólo nuestro cuerpo o un chequeo médico, sino que refleja lo
que pensamos y sentimos.
Mudarme a China quizás fue lo que me llevó a asociar esa
famosa frase “somos lo que comemos” con algo que practico concienzudamente desde
que abro los ojos: el concepto de ahimsa, la no-violencia. Respetar la vida del
otro en todos los aspectos nos lleva a perdonar, a ser pacientes, a tolerar
diferencias, y eventualmente nos integra, nos pacifica y, quieran aceptarlo o
no, nos hace felices. Pienso que todos deberíamos desarrollar esa virtud al
máximo potencial. Fue porque pienso así que un buen día me di cuenta que yo, la
ferviente defensora del “no hagas daño”, no estaba respetando mis propios principios.
Ya antes de llegar a Yangzhou me llegaban noticias acerca
del maltrato animal en China. Es cierto que, en su visión del estado de las
cosas, para los chinos la vida de ciertos animales tiene muy poco valor. La
vida de los animales de cría, incluso a nuestros ojos, transcurre de una manera
muy cruel. Yo escucho sobre esto todos los días, lo discuto con mis pares, lo
veo con mis propios ojos, y aún así, hasta hace muy poco no hacía nada al
respecto. Fue un almuerzo y el irme a la India lo que marcó el inicio de mi
carrera vegetariana.
El almuerzo
En la mesa había una amplia selección de platos con sobras
de la cena de año nuevo chino. Nicole, mi alumna de español, me explicaba que
tenían los platos a medida que su abuela los colocaba en el cinturón. Hígado de
vaca, intestino de caballo, un pato entero, moluscos de río y medusas era lo
que acompañaba a los platos principales por los que papá Nicole se había
relamido un par de veces: rana, tortuga y perro. Ninguno de los platos tenía
vegetales. La sonrisa de abuela y mamá Nicole me enfrentaban a una cruel y
evidente realidad: como una adulta no podía levantarme y salir corriendo de esa
casa de locos.
Papá Nicole y abuelo Nicole eran los encargados de poner los
trozos de animales en mi plato mientras yo recolectaba alguno con los palillos
e, intentando pensar en que no era lo que yo sabía muy bien que era, lo comía.
“No te preocupes tanto, no son ranas lindas, son ranas que se comen” decía
Nicole mientras yo intentaba no tragarme los diminutos huesitos. “Esta es la
mejor parte” decía Papá Nicole poniendo en mi plato lo que creo era lo que
separa a la tortuga de su caparazón. Lo mastiqué y lo tragué con el más intenso
desprecio por mí misma. Deben haberme visto entrando en pánico cuando alguien
acercó el plato con perro, porque nadie intento convidarme ni la más pequeña
porción. Esa tarde, camino al aeropuerto de Shanghai para partir hacia la
India, todo lo que podía imaginarme fue a esa misma tortuga encerrada en una
bolsa como las tienen a la venta en el supermercado. Limitada en sus
movimientos mientras sus hermanas se apilaban unas sobre otras para intentar
salir de la diminuta pecera donde las tenía su verdugo.
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Todavía no entiendo muy bien por qué las ponen en estas bolsas. La tortuga está viva, sí. |
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Las ranas feas que sí se comen. |
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Las tortugas se apilan para tratar de salir. |
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Este pez se hace camino nadando entre los peces que yacen muertos ya en el fondo. |
Después de aquel episodio no me fue difícil volverme
vegetariana, y estar de vacaciones en la India hizo el proceso muchísimo más
sencillo. India tiene la comunidad de vegetarianos más grande del mundo, son
más de 500 millones los que, avalando el concepto de la no-violencia, deciden
no comer carne en pos de respetar la vida animal. En ciudades religiosas como Rishikesh
y Pushkar no se puede comerciar carne de ningún animal.
Luego de pasar diez días en el paraíso de los vegetarianos
es que decidí sacarme ese peso de encima: hoy soy vegetariana.
Cómo volverse vegetariano en China
“¡Oh! ¡Por Dios!” dijo mi amiga china Sara cuando le conté la
noticia. Mi jefa rompió en carcajadas mientas cortaba su churrasco de cerdo en
el almuerzo, y mis compañeros no dudaron en decirme “estás jodida”. En mi
oficina, “ta bu chi rou” (ella no come carne) reverberó por horas, seguido por
un “pero ¿No es Argentina?”. Todavía me siguen ofreciendo dumplings de cerdo y
mini salchichas, esperando que deje esa estúpida idea. Por algo será que las
palabras “Vegetarianismo”, “vegano” y
“vegetariano” no existen en el vocablo chino. La realidad es que es muy difícil
ser vegetariano en China.
Se ha hecho saber hace ya un par de años que en China se come demasiada carne. La carne, hoy en día, es accesible para la mayoría de su
población por su creciente bienestar económico. Ademas, todavía se cree que
cuanta más carne se coma, más saludable será el individuo. Sumado a creencias
como “cuando hace frío hay que comer carne”, “la carne te hace alto y bello
como a un extranjero” y “si sos hombre tenés que comer carne” se da como resultado
una dieta basada en productos animales de todo color, tamaño y gusto jamás
visto en otras tierras. Casi todo lo que se nos ofrece en China tiene carne,
tiene caldo de carne, está cocinado en jugos de carne o se hizo en las mismas
ollas y sartenes donde se cocinó carne. Uno siente que no puede escapar.
Aún así, luego de un mes y una semana de ser vegetariana en
China puedo decir que no solo no es imposible, sino que sortear las
dificultades que este país carnívoro me presentó ha fortalecido mis convicciones. Porque creo en lo que estoy haciendo. Y porque yo ya he pasado por varias pruebas es que puedo dar algún que otro
consejo.
La palabra “vegetariano” no existe
Por eso hay que saber aprender a expresar lo que uno come y
lo que uno no come. “Wo bu chi rou” (no como carne) es lo que yo más uso, pero
no garantiza que me entiendan. Me ha pasado y me sigue pasando que en los
restaurantes me ofrezcan pescado, mariscos, sangre coagulada e incluso ciertos
cortes de carne como si no fuera carne. Por eso, además de decir que no comemos
carne, pescado, huevos, etc. también hay que aprender a decir qué comemos: “wo
chi cai” (yo como vegetales).
Aún así, con la lista de frases en la cartera, hay que
acostumbrarse a recibir miradas que nos dicen “no entiendo”. Capaz es mejor que
nos acompañe un local.
Lo que comemos ¿no tiene carne?
Para hacer las cosas bien hay que asegurarse que lo que
compramos por ahí (porque la comida de los puestos callejeros y los
restaurantes chinos son un templo de perdición difíciles de abandonar) no tenga
carne. Es un proceso de prueba y error.
Cuando el novio de Sarah me invitó a comer con ellos en un
restaurante tailandés, nunca imaginé que él iba a pedir todos los platos antes
de llegar. Si bien parece algo descortés, en China es de suma educación pedir
antes de que llegue el invitado. Habíamos salido del gimnasio, así que no me
pareció nada mal, estaba muerta de hambre. Pero Sarah había olvidado que yo era
vegetariana, así que todo en la mesa tenía carne excepto una sopa espesa y rosácea
que a mis ojos era lo más exquisito que China podía ofrecerme en ese momento.
No fue hasta que me terminé la mitad del bowl y hundí la cuchara hasta el fondo
que encontré dos langostinos gigantes de ojos saltones que me miraban
confundidos.
En China hay que asegurarse que la comida REALMENTE no tenga
carne. Según mi experiencia, y porque en China NO HAY muchos vegetarianos, los
chinos no entienden qué entra realmente en la categoría “carne” y qué no.
Mi amiga Belén Pino, de larga carrera vegetariana ya, diría
que siempre hay que llevar una zanahoria y una manzana en la cartera. Por las
dudas.
La lista verde
En realidad son dos listas: vegetales y restaurantes
vegetarianos. No importa dónde estemos en China, siempre habrá al menos UN
restaurant vegetariano. Si bien las direcciones varían, buscar uno cerca de
templos budista es andar por buen camino.
Como dije antes, tener una lista de nombres de vegetales en
chino es sumamente útil. Es más sencillo decirle a la mesera qué es lo que
comemos que decirle qué es lo que no comemos. En algunos restaurantes les será
difícil leer pinyin, así que tener los caracteres escritos por algún chino
caritativo con su tiempo no está nunca de más. Pueden encontrar más información en vegetarian-china.info.
Del mercado a la sartén nace el chef vegetariano
Hay que ponerse a cocinar. Podemos cocinar lo que ya sabemos
que nos llena el espíritu o podemos aprender algo de la cocina China. Los
mercados aquí abundan en frutas y verduras, algunas conocidas y otras
desconocidas, que harán de la tarea algo más fácil.
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Como yo, este muchacho mira la fruta porque probablemente no sepa qué no llevarse. |
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Uff, y los precios. Por 2 dls. comí toda la semana casi. |
En china no se comen muchas legumbres, pero se encuentran en
los mercados junto a los granos. De todas maneras se recomienda comer legumbres
y granos en menos medida ya que el excedente de hidratos de carbono se vuelve
azúcar y hay riesgo de contraer diabetes.
Comer hay que comer
Y hay que cuidarse. Si bien no soy una experta en el tema (los de PETA sí lo son y te proporcionan un manual),
todos sabemos que si abandonamos la ingesta de carne hay que suplir la
deficiencia de vitaminas, calcio, hierro, minerales y aceites. Por eso hay que
encontrar legumbres, comer vegetales y frutas de todos colores y empezar a
comer nueces (almendras y nueces) y semillas.
Disfrutar y sonreír
Por último, el mejor consejo que puedo dar al respecto es
ser felices durante el proceso. No tenemos que sufrirlo, por algo tomamos esa
decisión. Pero ser vegetariano no es para cualquiera. Hay gente que gusta de
comer carnes y sus derivados, y para la que dejar de comer todo esto es un
castigo auto-impuesto. Hay gente que no come muchos vegetales y frutas porque
no les gustan. Si ningún médico les recomendó optar por una dieta vegetariana,
quizás no deberían hacerlo. Simplemente pueden respetar la vida de otra manera
o en la medida en que se pueda. Hay que alimentarse bien y cuidar de que no nos
falte nada que después nos saque la energía para vivir con ganas.
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Los platos vegetarianos que se pueden comer en buena compañía se hacen encontrar en China. |
Yo mientas voy de aquí para allá por los rincones de China,
disfrutando de poder decir “bu chi rou” mientras observo la expresión de “¡Qué
horror!” que transforma los rostros de personas que se pierden de entender lo
importante detrás de lo que estoy haciendo hoy.