viernes, 24 de abril de 2015

Destino: La Vida

No deja de asombrarme cómo aún después de casi nueve meses de haber vuelto a Buenos Aires mi mente viaja a China a diario.

Creo que hay días en los que el universo me señala con el dedo y me hace rendir un examen, para ver qué he aprendido con el tiempo ¿Por qué lo sé? Porque cada paso, cada diálogo, cada silbatazo de policía criticando cómo cruzo la calle se siente así, como la evaluación de desempeño que nos hace la vida. Ayer fue uno de esos días.
Camino a Chomolungma, el Everest (Tibet)
Me había ido a dormir aplastando debajo de la almohada tres o cuatro preguntas existenciales que no me dejaban dormir, pero la almohada nunca es suficiente. Por la mañana desperté con el mareo de una resaca y un irreconocible deseo por trabajar, ocupar mi mente en algo que no fuera lo mucho que me estaba costando escribir, una irreconocible ansiedad por no estar sola ni un segundo y especialmente en por qué seguía con él. Definitivamente no era el mejor día para que el transporte en todo el país se adhiriera a un paro nacional y me dejara anclada a un radio de treinta cuadras a la redonda. Era claro que ni yo ni mi mente se iban a ir a ningún lado, estaríamos juntas todo el día.

Decidí ir en busca de mejor compañía en un café a la vuelta de la esquina, donde aliviada me di cuenta de que no era la única que había optado por compartir un café y una medialuna con el pueblo esa mañana. Durante las siguientes cuatro horas entrarían algunos de la mano de ese pequeño que no había podido ir al colegio y llevaba un librito debajo del brazo y pinturitas, una mujer o dos junto a una compañera de aeróbics comentando esa remera deportiva o ese reloj y sus funciones, él buscando al amigo que había encontrado la mejor mesa, y ella mirando a los ojos a aquel muchacho del peinado al costado que delataba que la almohada no estaba lejos. Yo escribiría unas líneas que empezaba y borraba casi al unísono, mirando de a ratos la silla vacía del otro lado de la mesa.
El bosque de bambú de Anji (Zhejiang)
Quizás tendría que haber esperado dos segundos antes de huir de mis demonios y de esa señora que me pidió esa mismísima silla, porque varias horas después, algo lejos de allí me enteré que me faltaban dos de mis miembros vitales: el cargador de mi computadora y un monedero con el dinero que me quedaba para el resto del mes.
Gongyu, con Zora (Zhejiang)
Ese sería el primer desafío del día, superar una ola incontrolable de autocrítica al mejor estilo “qué me importa”: fin de mes estaba a la vuelta de la esquina y estaba claro que ese no era el mejor día para escribir en mi computadora, no iba a necesitar el cargador. Respiré hondo y salí en busca de mi segundo desafío.

Obviamente iba a tener que pedir dinero prestado, pero al menos el cargador seguía allí cuando volví a buscarlo. Tendría un problema menos, porque mi hogar me recibiría con todo menos los brazos abiertos. Juro que mi buda interior se paró especialmente de su pacífica posición para hacer un berrinche por mí al sentir el olor que sólo podía significar una cosa: la cañería de la ducha no había resistido más. Efectivamente había una alfombra roja de pelos y agua sucia desplegada en el suelo unos pasos después. No lagrimeé ni dos gotas, pero era evidente que no siendo mi mejor día, podía delegar decisiones. Así que ignorando la inminente tortura de tener que limpiar decidí consultar sobre qué hacer para superar la bronca a mi gurú social: whatsapp.
Mi primeros pasos en Shanghai, ciudad de la que me enamoré
Lo que no sabía es que secretamente estaría llamando al tercer desafío, que tendría los efectos de dos caipirinhas y una pinta de cerveza en una noche.

Según whatsapp, la solución a todos mis problemas era salir a andar en bicicleta, de cara al viento y cantando bajito. Así como hay gente que odia las aceitunas o hacer la tarea, yo odio andar en bicicleta… pero cuando uno anula su buen juicio lo hace por completo. Entonces, mientras una mano sacaba cabellos de la rejilla, la otra le sacaba el polvo al asiento de una bici que no usaba hacía dos años (si es que alguna vez la había usado).
En la Muralla China, Beijing
Salí del edificio montada en mi corcel de metal y con soundtrack a lo Michael Jackson de fondo para encontrarme con el destino en la esquina y con opción a atropellar a un peatón. El pobre hombre que estaba parado en la senda peatonal presenció cómo el asiento de la bicicleta se salía y yo perdía el control absoluto hasta frenar a dos zapatillas de las suyas.

No recuerdo qué me dijo o si me dijo algo, ni como llegué a casa, porque mi enojo era tal que lo único que recuerdo hacer es poner un pie delante del otro en alguna dirección. Metí esa cosa con ruedas como pude en el ascensor y después de sacarla como pude decidí que era mejor arreglar el asiento fuera del departamento para no ensuciar. Dejé mis cosas dentro para estar más cómoda y luego salí otra vez para poder arreglar el bendito asiento. O lo arreglaba o la bicicleta no entraba a mi casa. Yo tampoco iba a entrar a casa, porque mientras yo forcejeaba para ajustar algo inajustable sentí como la puerta de mi hogar se cerraba dejándome con la traidora y su asiento en la oscuridad del edificio. Claramente mis llaves y mi teléfono móvil estaban dentro y yo no.
En Moganshan, con el mejor equipo de trekking que se puede tener
Se me aflojaron las rodillas y el orgullo y me vi llorando en el suelo. No podía mover un músculo, tampoco soltar el asiento.

¿Iba a encontrar un cerrajero un día de paro? ¿Me cobraría caro? ¿Con qué plata iba a pagarle? ¿Por qué no me gustaba vivir sola? ¿Por qué no me gustaba dormir sola? ¿A quién le podría pedir dinero? ¿Cuándo iba a ser la próxima vez que pudiera viajar a algún lado? ¿Por qué no me alcanzaba para llegar a fin de mes si trabajo hasta los domingos? ¿Por qué seguía cansándome mientras corría? ¿Por qué él ya no me gustaba más?

Y en el mismo momento en que mi mente desbordó en dudas y me abracé las rodillas fue que la oí llorar a ella, a esa otra versión de mí misma hace un tiempo atrás. Ella no estaba en el suelo, sino en un taxi estacionado en una esquina en la ciudad de Yangzhou.

Recuerdo que había llegado a China hacía pocos días y era la primera vez que me había aventurado al centro de la ciudad. Mi vecina de Escocia me había llevado por la antigua zona de la ciudad. Habíamos recorrido muchos callejones y era hora de ir a ver una película al cine, pero yo quería seguir caminando un poco más en ese mar de ojos rasgados, olores exóticos y experiencias que me alejaban un poco de lo mismo que hoy veía del otro lado de la mesa en aquel café.
Con Sarah, cómo la extraño
La dejé irse y seguí caminando hasta que encontré finalmente una sonrisa por ahí… y en ese mismo momento me di cuenta que no sabía dónde estaba parada. Miré a mi alrededor como en busca de algo peculiar, un señuelo que me indicara el camino de vuelta al colegio donde trabajaba, pero todos sabemos que veo poco y nada sin lentes. Y entonces, después de intentar hablar con chinos que se alejaban al ver mi cara de desesperación, me zambullí en un taxi.

El taxista habló, yo hablé. Aceleró y yo seguí hablando en español, en inglés y en lo mínimo que sabía de chino. El rió nervioso y luego frenó su auto, asustado. Intentó calmar sus nervios, juntó coraje y me preguntó muchas cosas en chino mientras yo sacudía con la cabeza. Y ni siquiera cerrando mis ojos con fuerza pude contener las lágrimas que estaban allí hacía meses.

¿Iba a volver a casa esa noche? ¿Por qué no había aprendido chino? ¿Quién me mandaba a mudarme del otro lado del mundo? ¿Eso que sentía era el corazón roto en mil pedazos? ¿Por qué no había funcionado? ¿Cómo es que siendo tan independiente me había perdido en una relación? ¿Iba a resistir en un país donde hasta el taxista me había abandonado? ¿Por qué no concebía vivir sola? ¿Por qué me sentía tan sola?
Nunca había recolectado frutillas
Durante mi trance lacrimógeno, el taxista huyó del auto en busca de alguien que lo ayudara con la loca extranjera que no quería salir. Entre sollozo y sollozo lo escuchaba gritar cosas ininteligibles con otro taxista que me miraba pacientemente desde la calle. Me perdí en el marrón de sus ojos o en el negro de la noche y de repente entendí algo básico, vital y difícil de digerir: yo estaba sola porque así lo había elegido.

Entendí que tenía que estar lejos para volver a enamorarme de esa versión de mi misma, y de esta de hoy y de las que vendrán. Tenía un largo camino por recorrer, así que respiré profundo y cuando abrí los ojos otra vez me vi sonriendo.

Esa noche, ese hombre de ojos pacientes me llevaría a casa porque sabía dónde nos hospedábamos la 
mayoría de los extranjeros. Caminé unas largas cuadras hasta llegar a mi puerta y unas horas más tarde, luego de saludar a mis padres por Skype y regar la única planta que tenía, me fui a dormir el sueño más profundo que recuerdo en años.


Cuando volví al presente del pasillo del séptimo piso y encontré que aún tenía el asiento en mi mano es que respondí todas mis preguntas en un abrir y cerrar de ojos: todo iba a estar bien, porque me tenía a mí misma ahí conmigo como me había tenido siempre. Porque aún teniendo el peor día de mi vida en mucho tiempo, todavía seguía adorando cada minuto de una existencia increíble.

El monedero resultó estar dentro de casa y le pude pagar al cerrajero que me abrió la puerta de mi casa en menos de cinco segundos. Él dejaría de ser parte de mi vida un par de horas después y yo aceptaría que no me disgustaba vivir sola, sino no haber conocido a mi compañero de aventuras. Pero ya lo conocería.

Esa noche antes de internarme en un delicioso silencio entre las almohadas es que entendí que había llegado al fin de una hermosa aventura que había empezado el mismo día en que decidí irme a China. Me había ido en busca de un hogar y había vuelto con este a cuestas.
Yo y yo

Todo va a estar bien.


Gracias.

lunes, 20 de octubre de 2014

EVEREST: Llegar primero o segundo

“Nadie recuerda al segundo hombre en escalar el Everest” se dice que dijo Edmund Hillary años después de llegar a la cima de Qomolungma, como le llaman en el Tíbet, la montaña más alta del mundo. Encontré esta cita mientras editaba fotos de mi propio paso por las altas cumbres del Himalaya. Inmediatamente fruncí el ceño y se me escuchó arruinar el momento filosófico con una risita irónica. Resulta que yo tampoco sabía quién era el primer hombre en haber llegado a la cima.
Qomolungma (Everest), la diosa de la tierra

viernes, 3 de octubre de 2014

Libertad de la Real: Conflicto China-Tibet

“Estás muy callado” me aventuré a lanzar al aire mientras Dave y yo subíamos y bajábamos colinas desde nuestro campamento a la base del Everest. Dave es el típico muchacho que adoramos en esas fiestas aburridas de las que queremos irnos cuando apenas llegamos: sus chistes son los mejores, las monerías y las bromas son su vocación y si nadie habla, él se va a encargar de hablar por todos. Pero desde que lo había visto llegar a Lhasa que Dave no decía más que monosílabos y parecía no estar interesado en ninguna de nuestras charlas.
Reflexiones camino al Everest

jueves, 21 de agosto de 2014

Tibet: el lugar más bello del mundo

Mencionar la palabra Tibet cuando hablo de mis viajes es como decir que conocí a uno de esos actores increíblemente atractivos, sexy, tímidos pero no… apuesto mi vida a que muchas veces cuando digo “estuve en el Tibet” están los que, por un par de segundos, dejan de respirar y sin más dejan de prestarme atención. No los juzgo, en mi opinión Tibet es el lugar más bello del mundo.

jueves, 5 de junio de 2014

Gong Yu: El último de mis viajes por China del este

El hombre más alto caminaba lentamente por el arrozal colocando  sus pies a los costados de las plantas de arroz. No muy lejos otro las arrancaba y las ponía encima de otras que había cortado antes. Un tercero se alejaba para sentarse a un costado y limpiarse el sudor de la frente. Seguro estarían hablando en su dialecto local acerca de qué había para almorzar o de la lluvia que no había cesado durante todo el fin de semana. Los tres me dejaban entrar en su mundo inconscientes de la existencia de mi mirada a la distancia.

Apenas si había leído el libro que tenía abierto sobre mis piernas en la estación de colectivo de Xianju, provincia de Zhejiang. A veces me pregunto por qué sigo trayendo libros a mis viajes, cuando lo que veo por la ventana me atrae mucho más. No quiero perderme nada, porque es sólo cuando observo que puedo entender y sentir la vida de otros tan distintos a mí. Me encanta perder horas observando paisajes y a la gente que vive en ellos toda su vida.

Después de tres días de haber dejado Yangzhou ya estaba volviendo a Hangzhou de lo que sería mi último viaje en China del este. Cómo decirle a David Sedaris que su libro me interesaba mucho, pero que tenía muchos pensamientos difíciles de leer y que necesitaban mi atención ¿Cómo poner en palabras esa experiencia? ¿Cómo hacerlos revivir conmigo ese difícil pero increíble viaje al pueblo de Gong Yu? Espero contar bien acerca de nuestro breve paso por allí.

Espero inspirar un nuevo viaje.

martes, 27 de mayo de 2014

Sobre bonsai, amistades y cosas que valen la pena

Un poco me gustan los árboles bonsai.

Sigo pensando que son un poco aburridos, y que si yo tuviera uno el pobre se moriría a los dos días (después de aaaaaaaños de estar creciendo fuerte y orientalmente hermoso). Pero ayer, mientras recorría el parque más importante de Yangzhou  me detuve dos segundos a observar con atención. Sí eran hermosos, sobretodo ese que rebosaba en flores rosas. Honestamente no sabía que un bonsái podía tener rosas.
Bonsái con flores en Slender West Lake, Yangzhou
A veces desconocemos cosas que están al alcance de nuestro conocimiento por puro deporte, porque nos gusta ignorar eso que pensamos que no nos es útil en el momento. Y no nos damos cuenta que nos forjamos como ignorantes de cosas que nos pueden hacer enormemente ricos.

lunes, 19 de mayo de 2014

Argentina vs. China: Diferencias que sacan sonrisas

“Me empujó para pagar el boleto primero” le explicaba indignada a mi amiga Zora en Shanghai refiriéndome a una señora que se había adelantado en la línea impunemente a los empujones para pagar el boleto de colectivo desde Yangzhou. En vez de reír o contestar un “Increíble, estos chinos…”, Zora me miró y me contestó “¿Esperabas que la señora hiciera otra cosa?”. No. Y honestamente, este tipo de episodios cada vez me irritan menos.

No hay día que no sea protagonista o que presencie una conversación de este tipo… una queja, una muestra de poca tolerancia quizás, el reflejo de sentirse rana de otro país. Pero, como he escrito en otros posts, este tipo de situaciones son parte de un proceso inevitable de adaptación a una cultura tan diferente a la nuestra que a veces nos asombra de la mejor manera y a veces nos es (casi) imposible aceptar.

Al margen, yo casi siempre me veo riendo o al menos sonriendo, y todo gracias a las grandes diferencias que nos separan. Esta es una recopilación de diferencias que espero les arranque una sonrisa (o risa) y los ayude a entender un poco el país donde vivo hoy.
Pequeñas grandes diferencias que espero los hagan reír un poco.

Tráfico

En Argentina los autos circulan (casi) siempre en la misma dirección, y si se vive en grandes ciudades como Buenos Aires los conductores y ciclistas respetan las reglas de tránsito para no tener multas. A pesar de ello, el espacio personal de los vehículos es nulo y el número de accidentes se incrementa a medida que acerca la hora pico que indica que el día laboral ha terminado y podemos volver a casa y sacarnos los zapatos.

En China, los autos circulan en diversas (si esa es la palabra que quise usar) direcciones y por la calle, la vereda, la senda de las bicicletas… o cualquier otro hueco en el que quepa el vehículo. Las reglas de tránsito existen, pero la policía vial no presiona a los conductores y ciclistas (temo para no hacerlos perder su integridad) y no sancionan cosas como conducir una moto sin casco, con un pie en el manubrio para rascarse un dedo mientras se atiende el teléfono celular con la otra. Conducir se vuelve un juego en el que los peatones que cruzan sin mirar se vuelven obstáculos y los autos y motos que entran en la calle sin disminuir la velocidad se avecinan cual proyectiles en juegos de video.


Escupir y sonarse la nariz

En Argentina escupir es un acto diario poco aceptado por la población. Sin embargo,  siempre y cuando lo realicen los hombres y solo en la calle y a un costadito, son hechos poco trascendentales. En general, los hombres pasados los treinta, que no temen descuidar su imagen social, no pierden tiempo en descargar un rápido y violento menjunje bucal que los libera temporalmente. La tarea se realiza con sutileza para reducir el sonido al mínimo y así evitar vergüenza. Y si hay que liberarse de fluidos nasales, utilizar pañuelitos descartables y pañuelos es preferible antes de lucir famosas velas.

En China, escupir es algo que se espera de toda la población. No es sano guardarse flemas y fluidos que pertenecen al exterior. El acto consiste en absorber fluidos con la nariz y la boca de la forma más ruidosa posible y durante el tiempo que se pueda, para después descargarlos en cualquier espacio donde no haya zapatos o zapatillas en movimiento (sí, incluso en cantero con flores de alguna casa, el piso del gimnasio, la pata de la mesa en el restaurant…). Como escupir es de buena educación, sonarse la nariz con un pañuelo es terriblemente irrespetuoso y da mucho asco. Por lo tanto, taparse un orificio nasal y descargar flema por el otro de forma violenta en tachos de basura se considera oportuno.
Usar pañuelos descartables para sonarse la nariz quizás no sea una buena idea. (dentromusica.com)
Creer o no creer

En Argentina ya nos es muy difícil hasta creer en la ciencia. Dudamos del gobierno, de los políticos, del doctor, del psicólogo, de la maestra, del profe, de mamá y papá, de los diarios, (agregue aquí). Por ende nos informamos como podemos y decidimos aceptar cierta realidad y somos medianamente felices.

En China la población cree. Punto. Lo que se dice, se aprende y lo que se aprende se enseña. Por eso, comer cosas de color rojo hace bien ¿Por qué? Porque sí.
Los dátiles son rojos y por eso la mujer debería comerlos en cantidad. También por eso son más caros que el resto de las frutas secas. Lástima que nunca me gustaron mucho los dátiles...


Seguridad

En Argentina, los criminales han encontrado tantas maneras de quitarte lo que tienes que ya no vale la pena hacer una lista de recaudos para que no lo hagan. Siempre hay una falla en dicho sistema. Muy triste, pero verdad.

En China, la población viven con pánico por posibles robos que pueden suceder a toda hora del día y más cuando cae un poco el sol. A veces pienso que más de uno se pondría un collar de ajos para que nadie se les acerque. Sin embargo, siempre pienso que la gente aquí es tan honesta, en general, que el proceso para convertirse en criminal debe ser arduo y doloroso. Estoy segura que deben arrepentirse de cada una de sus fechorías.

Viajar larga distancia

En Argentina si se viaja larga distancia en colectivo uno se prepara para leer, mirar la película que pasan, escuchar música o dormir una siesta si la distancia entre un asiento y otro lo permite.

En China, los chinos se preparan para comer, comer y comer. Suben al colectivo con bolsas gigantes llenas de snacks que comen desde que se sientan hasta que se bajan: nueces, patas de pollo, choclos hervidos, panes rellenos, galletitas, albóndigas de cerdo, dumplings y salchichas al mejor estilo chorizo son algunos de los refrigerios elegidos.

A veces envidio esa capacidad que tienen para comer todo el tiempo sin engordar.
Estación de tren, Zhengjiang, 2 PM. Snacks varios. Ruidos varios.
Restaurante 1

En Argentina, cuando uno va a un restaurante sabe que los mozos quizás deban tardarse porque están atendiendo otras mesas, y cuando llegan dejan los menús en la mesa para luego irse otra vez. Vuelve luego de un considerable período de tiempo, toma las órdenes y luego la comida se hace esperar un poco más. Para cuando la comida llega a la mesa, nosotros ya nos hemos comido la cesta de pan con manteca o queso y sal y ya no tenemos espacio para lo que pedimos… pero lo comemos igual hasta que realmente el estómago no se puede estirar más.

En China, cuando uno va a un restaurante, la mesera ya está en la mesa con los menús. Tiene lápiz y papel en alto y deja de respirar para anotar el pedido. Aunque uno necesite tiempo para decidirse o dilucidar qué dice el menú, la mesera no se irá de la mesa hasta que lo haya hecho. Luego dejará palitos chinos y platos, pero no traerá pan… por suerte la comida NUNCA se hace esperar. Siempre tardan entre cinco y diez minutos en servir. Y a pesar de lo abundantes que son los platos, los chinos dejarán comida en ellos si es que pueden. Poder dejar mucha comida en la mesa es un reflejo de tener un buen pasar económico.
5 minutos y ya está en la mesa
Niños

En Argentina, los buenos modales se adquieren de los padres desde que los niños nacen hasta que tiene la edad de ir a la escuela (sé que da para comentarios, pero piensen que se algo se aprende durante esos años). Para ese entonces los niños ya saben que hay que lavarse los dientes al menos dos veces al día, que gritar, patalear y golpear el piso en señal de que algo no les gusta no está bien visto, que morder a alguien y no soltarlo te convierte en paria y que para cortar la torta en un cumpleaños es vital esperar a que se soplen las velas (obvio).

En China, padres y abuelos responden a los caprichos de sus hijos, porque para eso están, desde que estos nacen hasta que empiezan a ir a la escuela. Allí, estos esperan que los maestros los disciplinen por ellos. Para ese entonces, los dientes de leche tienen más caries que diente, pegar un alarido al fiel estilo Tarzán cada dos palabras seguidas es muy frecuente, morder es instintivo y llorar para que mamá o papá les corte un pedazo de torta antes de que el cumpleañero sople las velas es un derecho.
Imaginen, solo imaginen.
Feriados

En Argentina, cuando un feriado cae un jueves se decreta fin de semana largo. Cuando un feriado cae en otro día de semana a veces se pasa al lunes para que la gente pueda tener un fin de semana largo… y cada año que pasa se agrega un feriado más al calendario.

En China, cuando un feriado cae un jueves, el viernes también es feriado, pero hay que trabajar el domingo. Ese día quizás yo deba hacer el trabajo que hago los miércoles (porque así lo quieren mis jefes), se siente como si fuera el lunes de una semana larguísima, pero no deja de ser domingo y el resto del mundo está en la cama descansando.


Construcción edilicia

En Argentina, una empresa constructora tarda entre uno y dos años en construir un edificio de 50 departamentos de uno o dos ambientes. Para cuando terminan quizás la piscina no se pueda usar, pero hay electricidad, la cañería va a donde tiene que ir y, más que mal, uno sabe que el departamento estará en buen estado por unos cuarenta o cincuenta años.

En China, una empresa constructora trabaja día y noche (créanme, los escucho trabajar en los edificios a las 2 o 3 am), para terminar un edificio de incontables departamentos en menos de un año. Para cuando terminan la piscina se puede utilizar, pero quizás no haya electricidad, quizás la pileta del baño no tenga cañería que vaya a algún lado y las parecer lucirán un verdor extraño que no es pintura (créanme).

Restaurante 2

En Argentina, nosotros cenamos tarde porque sí. Y nos gusta. Por eso, cuando vamos a un restaurante TARDE, a eso de las 11 o 12 pm, los dueños o gerentes (los meseros no) nos reciben con los brazos abiertos y esperan a que nos vayamos para cerrar el local, aunque siempre se nos mire mal o se corte la música.

En China, se cena a las 6 pm y después se va al gimnasio. Los argentinos, entonces, nos enfrentamos a un gran problema: los restaurantes también cierran temprano. Por eso sucede que, si uno encuentra un restaurant abierto alrededor de las 9 pm, lo más probable sea que el dueño o los meseros nos tomen el pedido, nos traigan la comida y nos echen cinco minutos después apagando la luz, quitando los platos de la mesa (cosa que nunca hacen), barriendo encima de nuestros pies (literalmente) y finalmente pidiéndonos que nos vayamos de forma muy convincente.
Me tuve que acostumbrar a algunos cambios de horario... cena a las 6 pm.
Afecto

En Argentina, yo siempre les digo a los chinos, somos de tocar mucho. Nos gusta tocar, es como que todo es una extensión de nuestras manos. Somos afectuosos y nos gusta demostrar nuestro amor por los nuestros en cualquier oportunidad. Quizás demasiado a veces… díganme sino piensan en la frase “búsquense un hotel” al menos una vez al día. Pero hay cosas que no hacemos: tocar a los amigos. A los amigos se los abraza, se los besa en la mejilla para decir “hola” y “chau”, se los agarra del brazo, pero mucho más no (¿cierto?).

Las amigas de la mano, del brazo, haciendo cucharita en el subte... (absolut-china.com)
En China, la gente tiene imanes al revés. Se repelen. Los besos, las caricias y las “cucharitas” públicas entre novios se consideran una falta de respeto, mientras que actos más subidos de tono estoy segura están penados por ley. Peeeeeeero, ir de la mano con una mejor amiga por la calle a los 60 años es un deber y ver alumnos varones más altos que yo sentados uno arriba del otro en una clase haciéndose mimos es algo de todos los días.


Entender

En Argentina, cuando un extranjero nos para en la calle para preguntarnos algo en un acento extraño y rogando que hablamos un poco inglés en general no dudamos en identificar sonidos, procesar la información, buscar sinónimos, usar las manos, gesticular, agarrar un papelito y lápiz, preguntar a otras personas… con el fin de entender qué es lo que el cristiano quiere.

En China, cuando uno se acerca a un chino para preguntar algo, el chino mirará para todos lados deseando que no sea a él al que me acerco. Si ve que así es, intentará caminar más rápido para que yo no lo alcance. Si lo alcanzo, sabrá de inmediato que no podrá entenderme jamás. No entenderá de lo que estoy hablando aunque no sea tan difícil, reirá nervioso y huirá lo antes posible, pretendiendo que la conversación nunca ocurrió.

¿Por qué? Qué se yo.

Cumplir años

En Argentina, se nace un día y para celebrar que la presencia de uno es vital en el mundo, cada año para la misma fecha nos juntamos con amigos, nos hacemos regalos, comemos torta y nos vamos a dormir lo más tarde posible para constestar mails, llamados, twits, notificaciones de Facebook, etc… Desde ese momento, se cuenta cuántos años han pasado y esa cantidad de años suele ser nuestra edad.

En China, cumplir años es un poco más complicado. Por ejemplo, mis alumnos a veces tienen nueve años, a veces tienen diez y a veces once. Sí, los mismos alumnos. Se cree que uno nació con un año de vida, puesto que se cuenta el período de gestación. Además, si uno nació en enero o febrero, quizás se agregue a esto un año más (ya que nacer antes es pertenecer al año anterior y nacer después es pertenecer al año siguiente). En general hay que agregar un año más a nuestra edad para tener una edad china, eso sí, si no nacimos antes de febrero, sino se agrega más edad ¿Se entendió, no?


Hay muchas más diferencias entre Argentina y China… pero creo que con estas os alcanza para seguir entendiendo un poco más el lugar en el que estoy.