viernes, 3 de octubre de 2014

Libertad de la Real: Conflicto China-Tibet

“Estás muy callado” me aventuré a lanzar al aire mientras Dave y yo subíamos y bajábamos colinas desde nuestro campamento a la base del Everest. Dave es el típico muchacho que adoramos en esas fiestas aburridas de las que queremos irnos cuando apenas llegamos: sus chistes son los mejores, las monerías y las bromas son su vocación y si nadie habla, él se va a encargar de hablar por todos. Pero desde que lo había visto llegar a Lhasa que Dave no decía más que monosílabos y parecía no estar interesado en ninguna de nuestras charlas.
Reflexiones camino al Everest

“No puedo creer lo que veo” compartió con tristeza y se sumergió en silencio. A 5000 mts de altura y caminando demasiado rápido yo podría haber pensado que le faltaba aire, pero entendí qué quería decir. Dave ama China: su organización desorganizada, hablar chino hasta lo que no sabe decir, comer fideos por la mañana y  conocer hermosas mujeres de ojos rasgadamente sexy. China es su fuerte y lo defendía con todo artilugio. Sus políticas, su historia, su gente, sus mañas, la cerveza a temperatura ambiente… a veces hasta lo indefendible. Pero estaba viviendo Tibet con tanta intensidad que le costaba seguir manteniendo su rol de fan #1.

No era el único… creo que todos sentíamos algo parecido. Después de haberme impregnado de China por un año y estar en Tibet una semana, me sorprendía lo mucho que me costaba hablar sobre mi experiencia. Un “¿Qué tal China?” era suficiente para sentir ira y tristeza subiendo por mi garganta y prefería no decir nada. Cierro mis ojos y sé que el Tibet es el lugar más bello del mundo, pero es ineludible no pensar en lo que los tibetanos han atravesado a lo largo de la historia y que no te acaricie la conciencia.

“Muchos de nosotros pensamos que nos merecemos lo que nos pasa” me había dicho nuestro guía mientras intentaba explicar qué era el karma. Estando entre India y China se podrán imaginar que paz es lo que menos ha caracterizado la historia del lugar… y puedo asegurar que uno empieza a ver el karma como el peso que los tibetanos llevan a espaldas mientras rodean el palacio de Potala por las tardes para cumplir con sus rituales budistas. No es el suave y natural arqueo de las vértebras lo que los aqueja, sino el peso de la complejidad de su tierra.
Inmolaciones: Protestas Tibetanas (Amnistía Internacional)

Parece hasta absurdo pensar que una población tan silenciosa y apacible ha sido protagonista de una historia violenta de guerras civiles, de repetidas invasiones y de breves períodos de independencia que culminaron con la determinante invasión de China en los años ’50. Podría ponerme a hablar del conflicto que China tiene con el Tíbet, pero hay muchos que lo hacen mejor que yo (más abajo les agrego links). Yo prefiero no hablar de números nefastos, de datos “importantes” y de años clave… porque me quedo con las historias individuales que me explicaron mejor qué es lo que sienten aquellos que marcaron mi recorrido.

Conquista el lenguaje y divide a tu gente

Nunca voy a olvidar las palabras del primer tibetano al que me dirigí en Lhasa “Esto es Tibet, no China”. El comerciante me quitó los pañuelos descartables de las manos que había agarrado de un estante y los volvió a guardar. Se me había helado la sangre, pero lo entendí: sólo a mí se me podía ocurrir preguntar por el precio en chino. El hombre de unos cincuenta años había compartido conmigo su tristeza por la pérdida de algo que muchos atesoran porque saben que perecerá: el lenguaje.

Mucho antes de ese encuentro había conocido a dos tibetanos cuyas diferencias habían inspirado mi viaje: al tímido Norbu y al extrovertido Cetan, quien me dijo sin ademán que sus amigos lo llamaban Johnny. A Norbu lo había conocido en un bar de Shanghai durante el año nuevo chino. Me había escuchado hablar de Dharamsala y no pudo dejar pasar en su precario inglés que le gustaría ir a conocer al Dalai Lama, quien reside ahí desde que huyó del Tíbet en el ‘59, pero como es tibetano no puede dejar China. Sus maestros le habían enseñado bien el mandarín, pero Norbu se rehusaba a hablar con nuestros amigos chinos a menos que fuera en inglés. Prefería el tibetano, ese era el lenguaje que su padre le había enseñado a escondidas para poder hablar con sus abuelos y los vecinos de gran edad. A Cetan, en cambio,  lo había conocido en un tren camino a Shanghai. Johnny estaba estudiando periodismo en la Perla del Oriente y me decía en su perfecto inglés que no creyera todo lo que escuchaba sobre el Tíbet. China le había dado la posibilidad de mudarse a la ciudad para estudiar, y el mandarín era lo que le permitía ir a clases. Inglés era lo que lo ayudaría a irse de China… eso y el contacto “familiar” que le produciría los papeles adecuados para realizar el feliz viaje.
Cetan: Amar Tíbet y vivir en China

Hablar del Tíbet, más en China, es algo que se presume delicado y es entonces que uno pregunta como caminando sobre algodones. Con ambos me quedó pendiente una pregunta:

¿Qué quiere Tibet?

En su tierra aprendí que es lo que Tibet no quiere:

No quieren puestos policiales en las esquinas que guarden chalecos antibalas, armas y la orden de reprimir cualquier sospecha de desobediencia política.

No quieren televisores LED gigantes ni grandes centros comerciales que les recuerden lo muy consumista que se ha vuelto el pueblo chino.

No quieren nuevas SUVs ni BMW en las calles que solo unos pocos podrás comprar, en su mayoría de origen chino.

No quieren controles provinciales que registren papeles de residencia cada 100 kms.

No quieren que edificios embemáticos y respetados monasterios sigan siendo utilizados museísticamente para atraer el turismo. Y definitivamente no quieren que se exhilie a la población de esos lugares para establecer dichos paseos con facilidad.

No quieren tener que pedir un permiso cada vez que quieren abandonar su lugar de residencia para visitar otro lugar del Tíbet, principalmente para ver a su familia. Y no quieren que se les niegue dicho permiso.

No quieren tener que pedir un permiso para trabajar en otras regiones del Tíbet. No quieren que ese permiso se venza para así tener que volver al lugar de procedencia a volver a realizarlo.

No quieren tener que cruzar las montañas ilegalmente para poder salir del país.

No quieren escuchar la palabra “bienvenidos” en chino cada vez que cruzan los controles policiales de monasterios y edificios para poder rezar o realizar trámites. Quizás tampoco quieran que la plaza frente al palacio de Potala que construyó el gobierno chino se llame “Plaza de la Liberación”.
Plaza de la Liberación - Palacio de Potala
No quieren que sus monjes se corrompan con altos estipendios que el gobierno chino paga para apaciguar violentas pasiones en defensa del budismo.

No quieren tener en la memoria el recuerdo de algún familiar desaparecido o muerta a causa de la práctica del budismo o en defensa de la independencia de Tibet en años más conflictivos.

No quieren que se les quite la posibilidad de llevar amuletos de protección porque tienen forma de fajones o cuchillos y a ojos extranjeros al Tíbet pueden considerarse peligrosos.

Y creo que tampoco quieren recibir fotos del Dalai Lama… de mano de nadie. Al menos eso es lo que le dije a mi amigo Dave, que tiene un pequeño revolucionario atado a su bicicleta con ideas no tan buenas. Su idea, después de lo que había presenciado en Tíbet, era ir de pueblo en pueblo hasta llegar a la frontera con Xinjiang (otra provincia de China) repartiendo fotos que los tibetanos iban a arrancarle de la mano a la vez que iban a agradecerle.

Eso no iba a pasar nunca.

El Dalai Lama sigue siendo la figura de más influencia en el Tíbet. Basta con que él imparta sus creencias para que todos sigan sus palabras… nadie necesita una foto de él, porque todos saben quién es, y también porque tenerla es ilegal y el ser visto con una tiene graves consecuencias.

Donde todo comenzó

Esa tarde, cuando Dave se sumió en silencio, mi mente me llevó a aquella imagen que no me va a abandonar nunca. Muchas son las muestras de lo mucho que China ha cercado al Tíbet para que poco a poco caiga en la sumisión de su soberanía política, social y cultural, pero nada como lo que vimos el primer día en Lhasa. Al salir de la abarrotada estación de tren en el centro de Lhasa se pueden ver en cada uno de los postes de luz y muy pequeñas en los umbrales de las casas podíamos ver pequeñas e inmensas banderas de color rojo con sus cinco estrellas llevando consigo el puñal del autoritarismo.
Las banderas de China marcan los límites

Juro que en el año que estuve en China nunca había visto tantas banderas del país. El mensaje es claro.

Quieren libertad de la real 

Libertad es algo que todos queremos, y en Tibet no se quiere nada menos. Quieren tomar decisiones políticas que les corresponden, quiere que se respete su religión y su forma de vida tal cual es, que sus hijos tengan el mismo acceso a educación y trabajo que los ciudadanos chinos, que a nadie en su tierra le falte la comida en el plato ni el acceso a monasterios a rezar por sus familiares… y quieren esa libertad sin importar si China sigue estando allí detrás de las montañas moviendo los hilos.

Quieren ser felices independientemente de lo que han vivido y están viviendo. Y aún si tienen que cruzar el umbral de su puerta y ver esa bandera cada mañana, todos ellos esbozarán una sonrisa. Porque dentro del límite de esa libertad para sentir contento con la que se encuentran cada mañana desde hace años, ellos encuentran la manera de sentir paz y seguir adelante.
Libertad (Dave Lambert)
En palabras y miradas de cada tibetano.

Para más información sobre el tema de manos de gente que probablemente haya estudiado más que yo:





No hay comentarios:

Publicar un comentario