A juzgar por mí, este no hubiera sido un Año Nuevo en China
sin anécdotas que prueban que estoy del otro lado del mundo. Upside Down. Patas
para arriba.
En China Año Nuevo no se festeja oficialmente, aunque el 1ro
de enero es feriado para más de muchos. Por eso, y sabiendo que necesito ver
luces de colores, gente abrazándose, brindando y sonriendo al son de la copa de
vino o champagne que tiene en la mano, es que decidí irme para Shanghai.
Amo Shanghai. Quizás muchos piensen lo mismo que yo pero
comparándola con sus ciudades de origen, para mí, La Perla del Oriente tiene
muchas similitudes con Buenos Aires: cosmopolita, colonial, diversa, cultural,
histórica (pero no lo demuestra a simple vista) y… un lío de autos y gente por
doquier. Me siento como en casa.
Pero no hay que olvidar que Shanghai sigue siendo parte de
China y por ende, aunque un poco más internacional que el resto de las ciudades
de este vasto país, siempre va a poder aplicarse mi “teoría del caos
organizado”. Si algo puede catalogar la víspera de año nuevo y su consecutivo
primer día es eso: caos.
La Víspera
Llegué a la casa de Zora con una gripe super avanzada que me
debe haber contagiado alguno de mis pequeños alumnos en el colegio. Preparar el
bolso de viaje solo medio consciente puede ser un desafío de los no muy
prácticos. Pero me había llevado lo que necesitaba… a mí en el colectivo.
Bajo los efectos de la penicilina, el ibuprofeno y el jarabe para la tos me
vestí de fiesta para el evento. El glamour ante todo.
Mientras nos cambiábamos y hacíamos planes para
ver a dónde ir y con quién nos juntábamos ya podíamos vislumbrar qué noche nos
esperaba: aparentemente para llegar al restaurant Turco cerca del Bund (la
costanera) íbamos a tener que apurarnos porque iban a cerrar los subterráneos a
las 8 pm en vez de a las 11 pm. Había demasiada gente y sabían que el tránsito
iba a colapsar. En China cuando hay eventos en vez de agilizar el tránsito y
proveer transporte público se cancelan todos los medios.
Todos íbamos a festejar año nuevo a la costa |
¿No era que en China no se festejaba Año Nuevo? No sé quién
lo dijo, pero no es tan cierto. Y después de haber celebrado Halloween y
Navidad, sospechaba que no era del todo cierto. Pero como siempre y más que
nada desde que estoy en China, me dejé llevar por los comentarios de la gente
que vive acá hace mucho tiempo.
Zora terminó de maquillarse y peinar su cabello rubio y
platinado y emprendimos un viaje que duró muchas más horas de lo esperado.
Bienvenidos al día de Año Nuevo 2014!
EL momento
Luego de prácticamente devorar el pan turco, el hummus, las
berenjenas y la pizza de espinaca en
Kervan Orient Express a Katjia se le ocurrió ir a comprar bebidas para brindar
en los primeros segundos de este nuevo año que todos queríamos trajera algún
cambio.
El Family Mart desplegaba una amplia diversidad cultural…
podríamos haber tenido agitados debates en el mercado, sin embargo todos nos
dedicamos a comprar. Cargamos los bolsos de cerveza sin refrigerar (al fiel
estilo China en invierno), vino de ciruela y una botella de vino rojo Chino. Yo
compré chocolate porque hacía frío.
Todo bajo control |
Aunque estoy acostumbrada a ver multitudes agolpadas en la
calle para Año Nuevo en Mar del Plata, no estaba preparada para ver tanta gente
caminando por las calles de Shanghai. Y cuando digo calle, era la calle. La
gente se había tomado una licencia para no respetar las enseñanzas de Confucio
que los fuerza a obedecer y nada más que obedecer. Todos caminaban por doquier
abstraídos de la realidad que indicaba que podían morir atropellados en
cualquier momento. Imagino que más de un conductor debe haber entrado en pánico
esa noche.
A medida que nos acercábamos al Bund, a la zona costera
donde se iban a lanzar los fuegos artificiales, y todos rechazábamos el vino
rojo que Zora había comprado, la multitud comenzaba a ensancharse y caminar se
hacía difícil y tortuoso.
Casi no se podía caminar |
Siempre digo que los chinos deben pensar que la cuestión del
“espacio personal” está sobre valorizada. Rozarte, empujarte, golpearte o
respirar desmedidamente a dos centímetros de tu rostro es algo permisible y
hasta muy normal.
También podríamos decir que son perseverantes y trabajan muy
duro para obtener lo que quieren. Si quieren pasar de un lado al otro
atravesando una multitud abarrotada de gente que no deja espacio… lo van a
hacer.
Así es que caminando hacia la costa nos dimos cuenta que no
íbamos a poder. Había, en efecto, demasiada gente. Nos hicimos un pequeño lugar
en una esquina, mientras la horda de soldados forzaban a los desobedientes a
retroceder y quedarse quietos.
Y después de un “three, two, one…” que escuché por ahí se
hizo la medianoche y empezamos a escuchar los fuegos artificiales.
Segundos después de tomar una bocanada de aire para decir “Happy New Year”
llegó el miedo. Mucho miedo. Pánico. Un grupo de gente que estaba atrás mío se
avalanzó sobre mí para unirse a los que estaban frente a mí y poder filmar la
pobre fracción del show que se podía ver desde donde estábamos. Con esa fuerza
que nos nace en este tipo de situaciones estresantes intenté separarme de la
gente para poder respirar y poder sacar la mano de alguien que estaba
impunemente tocando mis partes traseras. Grité en inglés, en chino y finalmente
en español. Siempre volvemos a la fuente.
Espero que haya sido un lindo show.
Las calles comenzaron a vaciarse casi al mismo tiempo que la
torre Pearl apagaba sus luces y los soldados volvían a su colectivo para ser
transportados a la base.
Unos cuantos minutos después de Año Nuevo, finalmente
pudimos abrazarnos y compartir un momento de alivio total.
Rebecca, Katjia, Zora, yo, Ray y H y H. Al de abajo no lo conocemos. |
La Vuelta a Casa
Como es su costumbre, Zora había preparado una lista de
bares para visitar en la primera noche del año. Jo y Shane, que habían venido
conmigo de Yangzhou, habían ido a parar a un bar cerca de donde estábamos así
que fuimos para allá para encontrarlas. Para cuando llegamos, las puertas del
bar estaban cerradas y me encontré con un mensaje en el que me decían que
estaban intoxicadas con algo que habían comido y habían tenido que huir del bar
para encontrar un baño.
Percances frecuentes en China.
Hacía frío así que decidimos ir a un bar que no estaba lejos
de allí, aunque no era el más popular. Angels Heaven fue nuestra guarida hasta
que pudiéramos encontrar un taxi de regreso a casa. Oh! Dulce ingenuidad. Allí
conocimos a dos suecos que serían parte de mi viaje dos días más: Romeo y
Tobías. Recientes hermanastros de más de veinte que visitaban a sus padres en
Shanghai.
Eran las 3 am y tras mi delay de Cenicienta la penicilina,
ibuprofeno y jarabe chino para la tos estaban haciendo efecto y me quedé
dormida en un sillón. Zora decidió que ya era mucho para mí y salimos a buscar
un taxi. Yo me volvía a su casa y ellas seguían su recorrida por otros bares
junto a Romeo y Tobías.
Sencillo a primera vista. Pero estamos en China. Nada es
simple y poco trascendental.
Como en todos lugares del mundo, cuando el taxi es el único
medio de transporte los taxistas se vuelven extremadamente capitalistas. 300
yuanes era lo mínimo que pedían por un viaje que generalmente cuesta 30 yuanes.
Como ya ninguno de nosotros tenía dinero y caminar a casa no
era una opción recurrimos a la tecnología para buscar un colectivo que nos
dejara en casa. Algo así como la guía T de Shanghai, la Shanghai City Guide nos
informó que el 303 era nuestro colectivo. No entendí demasiado por qué la gente
hacía cola para tomarse el colectivo, que era infinita lo juro, ya que todos
sabemos que en China la gente no hace fila para subir al colectivo. Tal cual,
el colectivo llegó, todos rompieron filas y corrieron con desesperación a la
puerta y sin respetar la regla tácita “mujeres y niños primero” entraban y se
sentaban en los asientos esbozando una sonrisa de alivio.
Ya hay varias teorías sobre el tema, pero me quedo con la
que explica que ese tipo de comportamiento, que se reproduce en las estaciones
de trenes, supermercados, shoppings y panaderías, tiene su origen en su agudo
sentido de supervivencia. No hace falta estudiar mucho su historia para
entender que la ciudadanía china siempre tuvo que pelear con uñas y dientes por
lo que a nosotros se nos ha dado sin pestañear.
Todos conseguimos asiento y nos pudimos relajar… yo quizás
demasiado. Luego de dormir una media hora de siesta al calorcito de la
calefacción me di cuenta que el colectivo todavía no se había movido. Rebecca,
quien había predicho, según ella, que ir al Bund a ver fuegos artificiales no
era una buena idea, maldecía en francés cada tanto, Katjia movía sus largas
piernas en sentido de las agujas del reloj para superar la incomodidad de estar
sentada en un colectivo chino, Zora estaba felizmente hablando con Romeo,
Tobías miraba por la ventana y yo intentaba que mi vecino, quién estaba
durmiendo sobre mí, no me babeara la pollera nueva.
Dos horas y media después, a las 5.30 am del 1ro de enero,
el colectivo arrancó un tortuoso camino hasta el templo de Jin’an, en el medio
de la ciudad.
Llegamos una hora después, siesta mediante, por supuesto, ya
que las calles de Shanghai parecían la Panamericana a las 7.30 am un lunes.
Imposible moverse.
Para cuando llegamos a la casa de Zora, ninguna de las dos
tenía sueño. Así que tras una larga charla reflexiva sobre la amistad, el amor,
las relaciones, viajar, comer, escribir blogs y los acontecimientos de esa
noche pudimos dormir.
El Primer día del Año
Como ya he dicho antes, las festividades en China duran
muchos días. Y si bien esta no es una festividad china, los acontecimientos
descritos anteriormente la catalogan como tal. He dicho.
Pensando que era mi alarma, me desperté muchas veces entre
las 11 am y la 1.30 pm para mirar mi celular que vibraba y hacía ruidos
extraños desde el más allá. Me había olvidados que ya era Año Nuevo en casa.
Lo mejor de tener unas 11 horas de diferencia con el país de
origen es poder leer todos esos mensajes de gente un poco ebria o muy ebria
estando sobria. Mensajes cariñosos, mensajes extraños exhibiendo frutas, gente
adulta diciendo “manzana”, un video de los famosos fuegos artificiales de Mar
del Plata, mensajes quizás demasiado cariñosos, mensajes inentendibles, muchas
letras. Así comenzó mi día.
Ray, un chico de Sichuan que comparte el departamento con
Zora, nos invitó a la cena de ese día. Wang Min y Li Xiu Ying, quienes también
comparten el departamento con Zora, iban a preparar uno de mis platos
favoritos: Jiaozi o dumplings.
Como no me dejaron comprar los elementos para hacer los
dumplings me propuse comprar el postre y a Zora se le ocurrió ir a buscarlo a
Ikea, un mercado de origen sueco que se especializa en vender muebles para
ensamblar a muy bajo coste. También vende chocolate.
Todo esto después de compartir un brunch en el pequeño
negocio de sopa y dumplings de la esquina, donde la dueña preparó los
deliciosos paquetitos chinos y una sopa de wan tan en menos de 5 minutos. Creo
que si hay algo que voy a extrañar de China son esas conversaciones triviales
que se pueden tener mientras se revuelven los dumplings holgazanamente en la
sopa que aún está caliente.
Son las mejores conversaciones.
Las mejores conversaciones se tienen revolviendo los dumplings en sopa caliente. |
Uff, riquísimo. |
Y sí, Ikea en China es un mundo. Según me han dicho, los
chinos se pasan el día entero en el marcado. Puede ser tomando un café en
familia por horas, comprando cosas que probablemente no necesiten (como todo el
resto de nosotros, porque comprar en Ikea juro que se vuelve adictivo),
durmiendo en las camas o disfrutando de la programación televisiva desde el
sillón montado el living del showroom. En Roma lo que hacen los Romanos… no me
pude contener.
En Ikea lo que los romanos... durmiendo en la camita. |
Es el colchón más cómodo del mundo, os juro. |
Cómo no mirar la tele en el living de Ikea. |
Si bien al verlos uno sabe qué es un dumpling y qué no,
pueden tener distintas formas y rellenos. Los que las chicas estaban haciendo
estaban acompañados de una salsa de jengibre, ajo, vinagre y… ajíes rojos. Vivo
en China hace 5 meses y aún me siento como el perro de Pavlov que no entiende
de los estímulos. Ni bien probé la salsa se me abrieron los lagrimales y lloré
un mar al son de “Esto está re picante!!!!!”
Armando dumplings (fotos cortesía de Zora Baumbach) |
Y antes del postre me tocó probar los huevos negros… que
obviamente no probé. En cuanto se trata a comida soy bastante sencilla de
adivinar: todo lo que tenga forma y aspecto extraño no entra en mi sistema
digestivo sin salir por donde entró automáticamente. Así que no lo como.
Aproveché la interrupción de nuestros nuevos amigos suecos en el departamento
para esconder el bocado de huevo de los mil años en una servilleta.
¿Tengo que comerlo? |
Tobías no pudo escapar y tuvo que comer uno.
"¡Tienen un gusto peculiar!" |
Comimos y bebimos por horas. Cada tanto Ray se paraba y con sus
amigos gritaban “¡Gambei!” para tomar lo que fuera que tenían en el vaso de
una. Brindamos varias veces.
Teníamos ganas de salir a tomar una cerveza a la cervecería
artesanal The Boxing Cat, así que liberamos la mesa de platos sucios y los
llevé a la cocina.
No nos fuimos hasta saludar a los miles de ratones que viven
en la cocina del departamento de Zora. Aparentemente ni Zora ni sus compañeros
de departamento parecen molestos ante la presencia de los roedores.
Cosas que suceden en China.
The Boxing Cat |
El Retorno
Mi viaje no culminaría sin antes visitar dos dignos lugares:
el restaurant budista y el bar 100 Century Avenue. En el primero, y por ser un
restaurant vegetariano, nos sorprendió con carne falsa. El segundo es el bar
más alto del mundo, está entre el piso 91 y el 93.
Saltando de pequeña aventura en pequeña aventura culminó mi
viaje. Juro que no quería volver a casa.
¡Feliz Año!
Que lindo Año Nuevo Hormiguita Viajera! Me quedo una duda... te babeo la pollera nueva el muchacho a tu lado?
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