jueves, 5 de junio de 2014

Gong Yu: El último de mis viajes por China del este

El hombre más alto caminaba lentamente por el arrozal colocando  sus pies a los costados de las plantas de arroz. No muy lejos otro las arrancaba y las ponía encima de otras que había cortado antes. Un tercero se alejaba para sentarse a un costado y limpiarse el sudor de la frente. Seguro estarían hablando en su dialecto local acerca de qué había para almorzar o de la lluvia que no había cesado durante todo el fin de semana. Los tres me dejaban entrar en su mundo inconscientes de la existencia de mi mirada a la distancia.

Apenas si había leído el libro que tenía abierto sobre mis piernas en la estación de colectivo de Xianju, provincia de Zhejiang. A veces me pregunto por qué sigo trayendo libros a mis viajes, cuando lo que veo por la ventana me atrae mucho más. No quiero perderme nada, porque es sólo cuando observo que puedo entender y sentir la vida de otros tan distintos a mí. Me encanta perder horas observando paisajes y a la gente que vive en ellos toda su vida.

Después de tres días de haber dejado Yangzhou ya estaba volviendo a Hangzhou de lo que sería mi último viaje en China del este. Cómo decirle a David Sedaris que su libro me interesaba mucho, pero que tenía muchos pensamientos difíciles de leer y que necesitaban mi atención ¿Cómo poner en palabras esa experiencia? ¿Cómo hacerlos revivir conmigo ese difícil pero increíble viaje al pueblo de Gong Yu? Espero contar bien acerca de nuestro breve paso por allí.

Espero inspirar un nuevo viaje.


Gong Yu

Mi amiga Zora no tuvo que decir ni a dónde íbamos después de mencionar la palabra hiking. Había esperado ese momento desde hacía algunos meses. El destino era un diminuto pueblo rodeado de arrozales en el medio de las montañas del sur de Zhejiang. Amo tanto las sorpresas que le dije que no quería ver fotos del lugar… pero insistió en mostrarme la página donde se había enterado que Gong Yu existía. La fotografía bastó para convencerme de que no había otra opción, había que ir. Más aún, cuando me imaginaba a esa foto cobrando vida podía ver allí una sola palabra impresa: libertad.

Llegar hasta ese lugar tenía sus cuestiones: el único fin de semana que podíamos hacerlo era en plenas vacaciones del Dragon Boat Festival. Y como ya he dicho antes, viajar en vacaciones en China es tan molesto como sacar entradas para ir a ver a Paul Macartney o los Rolling Stones: para cuando uno llega a la ventanilla de la oficina de boletos de tren alguien pregunta ¿Ud. realmente quería viajar este fin de semana? Creo que no se ríen por la simple razón de que no está bien visto hacerlo en situaciones como estas.

Salimos de Shanghai a las 5 am para tomar un tren hasta Hangzhou, un colectivo hasta Xianju, otro hasta Tianzizhen y otro hasta Kesicun. Uno de todos estos colectivos dejó de funcionar a medio camino, pero nada impidió que llegaramos a Qiankengcun después de caminar dos kilómetros acariciados por nubes y garúa.
El colectivo nos abandonaría dos veces en tan solo 7 kms, pero salía tan solo 5 RMB.

Qiankengcun y las nubes que empezaban a acariciar montañas.
Habíamos logrado sobrevivir el pánico de la dueña de un restaurant al vernos cruzar la puerta queriendo almorzar, viajado en diminutos colectivos haciendo algo de espacio para respirar y sosteniendo nuestras pertenencias con la punta de los dedos. Olíamos a ganado pastando en el campo y el acento de los locales había cambiado tanto en unos pocos kilómetros que encontrar nuestro lugar no había sido sencillo.

Cuando llegamos a la base de las montañas nadie se imaginaba que nos esperaba una caminata de dos horas cuesta arriba con una temperatura de más de 30C, humedad que nos empañaban los lentes de la cámara, pantalones largos y mochilas cargadas de snacks para el fin de semana… pero ninguno de los cuatro resopló, ninguno abandonó el paso. Cuando recuerdo lo difícil que fue y lo tarde que llegamos al pueblo, casi sin luz, pienso que los cuatro teníamos razones para estar allí, los cuatro estábamos buscando algo espectacular, los cuatro estábamos buscando esa libertad que nos había prometido la foto.
A medio camino... nos quedaba una hora de humedad, calor, pantalones pegajosos y zapatillas que parecían botes.
Al acercarnos al pueblo, ninguno salía del asombro al descubrir que esos cantos que veníamos escuchando eran las voces de la decena de turistas chinos que cantaban y jugaban alrededor de una fogata que alguien había organizado. Podía respirar la felicidad que sentían al poder dejarse llevar por el momento y las emociones sin miedo a perder la compostura o ser juzgados.

Nada era simple o común. Todo fue distinto por un par de días. No puedo recordar las veces que dije "gracias" esa noche. Por la rapidez con la que nos habían encontrado un lugar en la posada, por lo mucho que todos querían ayudarnos a entender y mostrar el lugar aunque no nos conocían, por lo preocupados que los pobladores sobre qué íbamos a comer durante nuestra estadía allí (para los chinos, si uno está bien alimentado lo que pueda pasar no es tan grave como parece). A pesar de las muchas invitaciones a "pasar el rato" me ganó el cansancio y las ganas de irme a dormir para despertar y poder ver realmente dónde estaba. 
Entrada a la posada donde paramos.

Pileta multiuso: lavarse los dientes, lavar vegetales, enjabonar ropa...
La Cumbre

Al día siguiente pude tener esa revelación que todos los turistas imagino ya habían tenido, pude tener mi pedacito de realidad. Porque, honestamente, cuando nuestros ojos logran divisar estos paisajes, cuando no podemos expresar ni una palabra que describa qué vemos, cuando luego de arduas caminatas uno siente ese vacío en el estómago que yo llamo felicidad, cuando no podemos contener las lágrimas al ver lo sublime… me pregunto ¿Qué es más real?

Otros ya lo habían entendido, y por eso habían abandonado aunque fuera por una noche a esa versión de ciudadano taciturno, perdido en el fondo de alguna red social anclada en el celular, viajando con otros miles como él en el subterráneo de Shanghai, para ser fieles a sus ganas de gritar, de bailar y cantar alrededor de fogatas.

Yo tuve que cruzar un océano y dos continentes para llegar hasta allí, pero lo entendí. Amo esa realidad en la que puedo ser sin miedo, sin preguntas, sin debilidades que me impidan llegar a la cima de alguna montaña.


Con ustedes, mi realidad.
Gong Yu: la tierra de la paz interior.
Pueden ver lo que yo veo allá a lo lejos...






Por si a alguien le interesa viajar a este lugar sin organizar el viaje, o si cree que no sabe hablar chino lo suficientemente bien, les dejo la página donde encontramos el tour. Es tan accesible que todavía no entiendo como nunca había escuchado hablar de él... de alguna manera estoy agradecida (yecircle.com)

Por nuestra cuenta nosotros gastamos alrededor de 500 RMB desde Shanghai viajando en transporte público y almorzando y cenando en la posada. 

2 comentarios:

  1. Qué hermoso viaje Sofi, es realmente admirable todo lo que nos compartís! Me encanta poder espiar lo que estas viviendo, cuánto me alegro querida sobrina!!!!!!!!!!!!!!!!! Un beso enorme y que sigas disfrutando!!!!!!!!!!! :) <3

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