martes, 1 de octubre de 2013

42 grandes razones para seguir caminando por Yangzhou

Momentos como este en el que miro la pared de mi casa desde la computadora y sonrío agradezco el ser extremadamente terca.

En China todavía no encontré grises, siempre es blanco o negro. O amás todo lo que te rodea o lo odiás. Esta era una de aquellas mañanas en las que hubiera hecho dos cosas: hubiera armado mi pequeña valija otra vez y me hubiera vuelto a casa, o hubiera esperado a llegar a casa y tomarme un fernet con coca. La primera era inconcebible, la segunda era imposible. El fernet se había quedado en casa.

Después de mucho tiempo buscando una botella de fernet en China por todos los medios conocidos por el hombre o implorando que me enviaran una por correo entendí que no era solo el hecho de tomar un brebaje sanador lo que yo extrañaba, sino a la gente con la que lo compartía.

A la mañana siguiente me desperté sabiendo qué era lo que yo realmente quería: tener a mi gente conmigo. Así que si no iba a tenerlos conmigo por mucho tiempo, al menos quería tener una imagen de ellos en mi hogar.

Tengo la fortuna de estar rodeada de seres maravillosos que me ayudan en todo cuando escuchan que tengo un pequeñísimo problema o un cometido. Cuando les conté a mis colegas durante el desayuno que quería imprimir fotos de mi familia y amigos para pegarlas en la pared, Dave, el fotógrafo, me contó que había un negocio de Kodak en el Da Ren Fa (supermercado chino en el que uno se puede pasar horas intentando interpretar qué dicen las etiquetas de las botellas de shampoo y sin mucho éxito). No podía creer lo ansiosa que estaba por encontrar el lugar.
Estas están frente a mi cama. Me levanto a la mañana sabiendo a dónde voy a ir.


Cuando se hicieron las 11.30 am en punto me aventuré al centro con Joanne, quien sabe mucho más chino que yo. Ella fue la que tristemente me comunicó que eran bastante costosas. No tenía ese dinero en el momento, así que decidí cambiar los dólares que me habían quedado. Esas fotos tenían que imprimirse.
En el banco de China me encontré con Sunny, un gerente chino que sabe hablar inglés y siempre me ayuda con los trámites. Después de que me dijera que no podía ayudarme porque yo no tenía mi pasaporte recurrí a mis encantos femeninos que NUNCA fallan. Utilizó su poder y finalmente conseguí los billetes. Aún así sabía que no podía pagar las fotos, que tenía que encontrar otro lugar.Joanne, que ya me había acompañado un par de horas, había decidido abandonarme.

Después de pedirme mi número de teléfono Sunny me dijo dónde podía imprimir mejores fotos y más económicas en otro lugar y me dio indicaciones de cómo llegar. El problema fue que el mencionar “norte” y “sur” en vez de “a la izquierda” o “a la derecha” la mayoría del tiempo me desconcierta, simplemente porque la calle nunca sigue derecho sino que te lleva en zigzag hasta la calle principal. Así que caminé vergonzosamente en círculos por un rato sin dar con el objetivo y entré a un kiosko a comprar agua. Aprovechando que las mujeres se habían interesado mucho en mí les pregunté con la ayuda del Google Translate por un “lugar imprimir fotos Yangzhou”. Como todos acá en esta ciudad, las dos mujeres se dispusieron a ayudarme en su muy tradicional chino citadino. Me podrían haber dicho “me gusta el moño rojo que te pusiste hoy” que era lo mismo, pero su mano indicaba que tenía que volver, girar en algún momento y seguir. Sus instrucciones me llevaron de nuevo al supermercado.

Resoplé. Estaba en el punto de partida. Mi objetivo estaba muy lejos de ser cumplido. Era el momento perfecto para volverme increíblemente “perseverante”: yo iba a imprimir esas fotos costara lo que costara.
Entré en un almacén extraño donde vendían Baijiu (aguardiente) y el señor mayor que estaba allí me explicó en su también perfecto putonhua cómo llegar a la casa de fotografías que él conocía. Esperé paciente sin entender una palabra, pero hipnotizada por ese único diente que se movía en el aire mientras el hombre hablaba, y después de un tiempo saqué una libretita donde muy prolijamente me dibujó un mapa que tampoco sabía leer.

Caminé en dirección al centro y le pregunté a todo el que parecía suficientemente amigable como para ayudarme a leer el mapa. Y es así que llegué a la casa de fotos que había cerrado hacía una media hora. Me quedé observando la vitrina llena de vestidos de novia que las chicas alquilan para sacarse fotos sin necesidad de invertir un centavo en un vestido que van a usar solo una vez.

Tuve que admitir que estaba un poco cansada después de haber editado las fotos, llegar al supermercado, decidir no imprimirlas ahí, ir al banco y cambiar dinero para imprimir las fotos en otro lugar, ir a otro lugar que nunca encontré, volver al supermercado, pedir direcciones y llegar a una casa de fotografía que estaba cerrada. Sin saber qué hacer seguí la inercia de mis pies que habían estado caminando por horas y me senté en el cordón de la vereda un poco más adelante.

La calle, que a esa hora está  llena de scooters que zumban de un lado al otro y familias que salen a hacer las compras del día, se sentía vacía. La gente pasaba y me miraba como siempre, señalando con el dedo y diciendo “laowai” o “waiguo”. Era el centro de atención de aquellos que compartían ese momento conmigo, y al mismo tiempo me sentía totalmente sola.

Y en ese preciso momento en el que estaba a punto de abandonar la búsqueda, me di vuelta para presenciar una discusión entre un hombre y su esposa. Ella instistió con su argumento y al parecer hizo lo que toda mujer china debería hacer, pretender que no escuchan a sus esposos. Eso los vuelve locos, ya voy a volver sobre el tema. La escena no solo fue lo único que me hizo sonreír en ese momento. Esposo y esposa estaban dentro de un centro de copiados poco convencional.

Luego de regatear con Li, el dueño del lugar, por unos quince minutos pude lograr que me cobraran cada foto unos 2 yuanes. Me senté y esperé con ansias esas fotos unos 45 minutos, mientras hablaba con Zhang, la esposa de Li, lo poco que sabía preguntar.

Estás están en la pared del living. Yo y mi gente. 
Volví a casa siete horas después de haber salido. Recorrí calles que no conocía, me perdí, pedí direcciones, me hicieron un mapa, hablé en mi chino ultra precario, me perfeccioné en regateo y finamente hice lo que me había propuesto, imprimí esas 42 fotos que hoy están en mi pared.


Sé que no están acá conmigo, pero hoy los tengo un poco más cerca, en el living de mi casa.

1 comentario:

  1. Más tierna!!!!Una conversacion por skype tambien puede ayudar! =) No sé como esta tu sistema computadoril ni qué hora es china pero puede ayudar no? Podemos tomar un fernet virtual =)

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